Capítulo 28

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La furia parecía haber desaparecido, al menos por parte de George. Robert estaba tenso, parado afuera del edificio donde Emma vivía con Lexi, mirándola fijamente de un modo suplicante. Ella lo ignoraba porque le dolía cada que se encontraba con su mirada. Al cabo de un momento, llegaron Blair y Thomas a flaquear.

—Amanda está aquí, con Dale —susurró Thomas. Robert asintió.

—Los vimos caminar para acá con un sujeto de cabello casi blanco.

—Franklin —suspiró—. Me extraña que esté aquí. Faltan días para Navidad. 

Blair miró a George y este le mostró una sonrisa perversa.

—Luces bien, Blair. Qué gusto verte nuevamente.

—Es una lástima que no estemos de acuerdo —replicó.

—Sí —se rascó la frente—, ¿verdad?

Le sacaba de quicio la manera en la que George protegía a su hija, para impedir que la mirara. No entendía cómo ella podía ser tan ciega y no ver que todo era una treta para alejarlos. En ese momento dejó de inquietarle la idea de volver a ver a la madre de su hijo. No sentía nada por ella. Lo único que le importaba era hacerle entender a Emma que todo era un error.

Pero ella jamás lo miró.

—¿Qué has hecho, papá? —lo miró dolida—. ¿En serio me delataste? 

George volvió la cabeza para mirar a su hija.

—Intento salvar tu futuro, cielo. No te preocupes, que todo va a estar bien.

—¿Por qué demonios me tratas como a un bebé? —inquirió con tono de enfado.

—No me discutas.

—¿Cómo diablos no voy a discutir? —gruñó—, ¡Me arrojaste al calabozo sin pensar en nada! ¿Qué va a ser de mi beca, de mi futuro? ¿No pensaste en eso?

—Jay —se limitó a regañarla.

Emma expulsó aire, pero seguía sin salir del escondite de la espalda de su padre.

La desconocía. ¿Por qué actuaba tan sumisa y depresiva frente a él? Ella no era así. A pesar de no tener la vida perfecta, ella se esmeraba en sonreír, y lo conseguía. Era una persona profundamente honesta, tanto, que medio campus no toleraba tanto nivel de franqueza. Fuerte, valiente, hermosa, alegre, era felicidad, como le había dicho.

Pero la chica encorvada que estaba oculta tras el torso de George, era otra persona.

—Cielo, es muy probable que tengas que irte de Dimbert —susurró Blair.

—No me importa.

—¡Por fin! —exclamó George y extendió los brazos. Dio dos pasos hacia delante, dejando a su hija expuesta—. Te eché de menos.

No tuvo que girar para comprobarlo.

Sin dejar de mirar a Emma, escuchó la forma tan estruendosa en la que tronaban sus labios al besarse. Una respiración agitada se formaba junto al ruido de los besos escandalosos y entonces, alguien se acercó a él. Se estremeció cuando sintió una mano fría rozar su hombro.

—Johnny.

Cerró los ojos con disgusto al escucharla nombrarlo así. Era como volver al pasado, como si fuera aquel joven de 24 años, casado, enamorado, con sueños y metas por cumplir. Se sintió diminuto, como seguramente Emma se sentiría también.

—Creí que vendrías solo —masculló la chica.

Se sintió mareada al ver la cantidad de gente que estaba ahí y todo por un amorío que era más escandaloso que un chisme de farándula. La humillación corrompía sus venas y casi no le quedaban fuerzas para luchar contra el impulso de salir corriendo y olvidarse de todo.

El amor que construimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora