Capítulo 30

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El sábado por la mañana quedé de almorzar con Thomas en un restaurante cerca del muelle, ya que Blair se tomó el día con Helen, su hija, para hacer las compras de graduación y Elaine se ofreció a acompañarlas. De modo que el día de chicas resulta bastante bueno para mí.

—¿Qué ocurre, Robert?

—¿Sobre qué?

—Oh, vamos —pone los ojos en blanco—, no me tomes por idiota. Te conozco mejor que mi mujer y sé que algo tienes.

—Me entró cierta melancolía por mi cumpleaños, es todo.

—¿La tercera edad te pegó? —preguntó entre risas. Aunque claro, la seriedad en él tampoco es eterna.

—Te recuerdo que tú, Blair y yo estamos en el mismo club.

—De eso se trata, escritor. Ya, en serio. ¿Qué rayos pasa contigo?

Suspiré.

—Es el tiempo, Thom. Pasa y no pasa. Siento que he vivido un milenio y a la vez siento que ayer me marché de Norwich.

Hizo una mueca.

—No me digas que no la has superado.

—No necesito responderte.

—Estás perdido —dio un sorbo a la cerveza—. ¿Y qué hay si ya está con alguien más? 

Siento cómo me cambia el semblante. Una ráfaga de ira invade mi fosa nasal.

—No duraría ni tres días. No me hago a la idea de pensar que esté con alguien más, y nada más de imaginar que otro llegara a tocarla... —fui incapaz de terminar la frase.

—Pero estás con Elaine...

—No estoy seguro si debería continuar ahí —me recargo en el respaldo de la silla—. ¿Sabes qué hizo la semana pasada? Cuando fui a su casa, le dijo a su madre que tenemos planes de vivir juntos. ¿Cómo pudo hacer algo así? Es como si me presionara.

—Bueno, ¿y qué le dijiste tú?

No respondo.

—Eso pensé.

Permanecimos callados un momento mientras avanzamos con los platillos casi intactos. Thomas es un amante de la comida mexicana, de modo que ordenó enchiladas verdes y yo opté por algo más tradicional, como huevos revueltos con jamón, pan tostado con queso untado y mermelada, además de jugo y café. Coincidí. Era el desayuno perfecto.

—Llevas más de un año atormentándote con volver a verla. No has sabido nada a pesar de que has estado buscándola. Se fue, Robert, se fue porque tú se lo pediste. Corrección, te marchaste tú. Era lo que querías, por su bien. Tienes que dejarlo atrás. Posiblemente ella ya no sienta nada por ti. Es como si se la hubiera tragado la tierra.

Lo contemplo sin saber qué decir. Sus palabras me arañan, una por una, pero es cierto y no puedo estar más agradecido por la franqueza de mi mejor amigo. Me toma un par de minutos recuperar el aliento y me pone nervioso que Thom ponga atención a cada reacción mía, como si tuviera en frente a Blair y no a él.

—No he dejado de intentarlo —respondí casi en un susurro. Acercó la cabeza—, pero casi todas las noches la he visto en mis sueños. De una u otra forma, ella se aparece ahí, como si estuviera esperándome. ¿Cómo puedo controlar mis sueños, Thom? Me enamoré como un loco de la chica más prohibida que he conocido, y sin embargo ella me derrumbó con su desconfianza. Dime, ¿por qué creerle al rufián de su padre? ¿Y a Dale, si jamás simpatizó con él? Es algo que me sigo preguntando y como bien sabes, no he tenido contacto con mi hijo desde entonces. No necesito verlo para saber que me odia, que me considera un traidor por robarle a su chica, mi chica —me pasé la mano por la nuca—. Probablemente no la olvide nunca, así que está más que claro que mi vida se ha jodido.

El amor que construimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora