Capítulo 23

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Dimbert se convirtió en un desierto invernal. Y Emma no podía ser más feliz.

Desde su llegada al campus, pasaba la Navidad con Patrick y su familia, en California. Esta sería la primera en la que estarían separados. Y no le quedaba otro remedio más que asimilarlo. Pero ahora, sería diferente. 

Pero también vendrían los amigos de Robert; le avisaron que ya estaban comprados los billetes del vuelo y llegarían en una semana a Vermont, de modo que su anfitrión se ofreció ir por ellos al aeropuerto. Sentía una prisa ridícula por ir a su encuentro porque tenía toda la intención de acaparar la conversación sobre una sola persona, y al mismo tiempo, le aterraba, porque eso significaba que tendría que decirles la forma tétrica en la que ella se involucraba en su vida.

Constantemente, intentaba no pensar en eso. Pero no siempre podía evitarse.

A ninguno de los dos le incomodaba el hecho de que permaneciera más en su casa que en el dormitorio o en otro lado. Lo convencional era que pensaran que tal vez iban demasiado rápido, pero eso no parecía importarles. Se sentían tan felices juntos que parecían tener años de relación y no un par de meses. Los días pasaban más o menos de la misma manera. Las clases en el campus habían finalizado y la tranquilidad volvió a ellos cuando supieron que Jessica Larson había dejado su cargo sin dar una sola explicación.

Cuando llegó el día de ir a Burlington por sus amigos, a ella le entró un pánico descomunal, teniendo la sensación de que en vez de conocer a sus amigos, conocería a sus padres. Irónico. Salieron temprano con el fin de evitar contratiempos: la carretera estaba rodeada por la nieve de las recientes tormentas y eso prolongó el viaje. Después de recoger a Emma en el puente del Río Connecticut—había ido a despedirse de April, quien viajaba a Berlín y a Patrick, que volvía a California—, ya que además se había negado a pasar la noche en su casa con el fin de dar espacio a los amigos que estaban apunto de llegar, se encaminó hacia la carretera rumbo a la capital del estado.

—Te veo nerviosa —apuntó cuando bajaron del jeep.

Emma se encogió de hombros.

—Estoy a punto de conocer a tus amigos.

—Me hace muy feliz eso.

—¿Y qué pasará si no les agrado? ¿O si ellos no me agradan a mí? —se mordió el labio.

Le dirigió una mirada divertida.

—Eso no va a pasar. Son un par de monstruos pero no a nivel de odiarlos. Thomas te hará reír y Blair será como una mamá. Ella tiene mucho cariño maternal todo el tiempo. Y no te van a odiar —añadió al ver que estaba a punto de protestar—. Saben de ti y te van a amar tanto como yo. Y si no lo hacen, entonces se podrán ir al demonio.

Puso los ojos en blanco, pero en su tono había un matiz que demostraba que no estaba bromeando.

Faltaban algunos días para Navidad. El aeropuerto estaba repleto de gente, y según el itinerario, llegarían en el vuelo de las 15:30 horas, aunque por el mal clima, había tenido retraso de casi 1 hora. El vuelo, procedente de Chicago, llegó a Vermont alrededor de las 5 de la tarde. Un escalofrío recorrió su columna al ver la cantidad de personas que salían de la sala de llegadas. Miró detenidamente —tan rápido como podía— a las personas para intentar reconocerlos según la descripción de Robert; al final, no fue necesario, ya que Robert esbozó una sonrisa de oreja a oreja y se acercó para cargar a una mujer decabello negro y piel blanca que se abalanzó sobre él con un gritito de emoción. Le pisaba los talones un hombre rubio, un poco más alto que Robert y con apariencia igual de musculosa. Él meneó la cabeza en dirección hacia Emma y se acercó para saludarla efusivamente. Le sorprendió la familiaridad con la que se trataban y sobre todo, con la que se dirigió a ella. Justo cuando planeaba darle un apretón de bienvenida, Thomas la levantó para abrazarla en el aire. Era mucho más alto estando frente a él.

El amor que construimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora