La sala de la casa de Marie Robinson se infestó de flores blancas y coronas con listones morados. Se encontraban los vecinos, sumidos en un silencio incómodo y profundo. Robert se sentó a un lado del cuerpo, con la mirada fija en el suelo. Los visitantes y recién llegados, le daban más el pésame a él que su propia hija, hundida en medio de conversaciones telefónicas que daban a entender que era por cuestiones de trabajo.
La fulminó con la mirada. Cindy Robinson era una rubia espectacular, alta y esbelta. Tenía puesto un vestido negro tan diminuto que apenas le cubría las piernas blancas. Su cabello dorado estaba atado a un moño de listón negro y daba la impresión de que se había tomado el tiempo necesario para arreglarse. No lograba imaginar cómo podía ser tan bella como frívola, ignorando el cuerpo de su madre inerte en medio de la que fue su sala. Al cabo de un momento, comprendió que la mujer intentaba vender la casa por medio de una agencia inmobiliaria.
Cindy se parecía mucho a Dale. Fríos.
Sin más, rompió a llorar en silencio. Le dolió la indiferencia de su hija, le dolió que su confidente ya no estuviera ahí, justo cuando se sentía más feliz y ansiaba compartirle su felicidad. ¿Qué sería de sus mañanas ahora, sin el mejor café, mucho mejor que el del French? ¿Quién lo llamaría Bribón y lo trataría como a un nieto pequeño a pesar de ser un hombre maduro?
Emma mandó al demonio los dimes y diretes y llegó un poco después de que el mismo Robert le pidiera acompañarlo en un momento tan difícil ya que, a pesar del poco tiempo, le había tomado demasiado cariño a su vecina. Se presentó al funeral y con la mayor discreción posible, saludó a todo el mundo, a pesar de ser una desconocida. Usaba un vestido negro un poco más largo que el de Cindy, pero no le restaba belleza. De no estar en una situación tan triste, probablemente se habría acercado a ella para recordarle lo guapa que lucía de negro. Ella no se acercó por temor a incomodarlo, así que se sentó en la vieja salita y lo contempló de lejos. Se había puesto un traje negro y su cabello castaño lucía despeinado como era habitual, pero la expresión era lo que le provocaba un dolor inmenso. Entonces, se levantó de un salto y se acercó a él sin pensarlo.
Emma lo imitó y lo abrazó con fuerza. No importaba nada más que ella estuviera ahí, acompañándolo en un momento tan difícil. No importaba porque a pesar del dolor, adoraba abrazarla y sentir la calidez de sus brazos alrededor le hacía sentir mejor. No importaba porque nadie diría nada sobre la joven que abrazaba al profesor Harris, como si se conocieran de toda la vida. No importaba porque, después de tantas veces que le había hablado de ella, Marie no alcanzó a conocerla completamente.
Estuvo con él a su lado. A ratos le tomaba la mano con dulzura y a ratos lo abrazaba de un solo costado. Le sirvió café en dos ocasiones, obligándolo a beber para poder entrar en calor. Sus manos estaban muy frías, omitiendo lo nublado del día y la neblina que descendía lentamente.
Al funeral, además de la insípida hija, asistió el que era su hijo menor y dos niños pequeños que se le parecían, sus hijos según los recuerdos de su conversación. Rudy lo saludó y agradeció el haberla acompañado en sus últimos días. Los pequeños, de cuatro y dos años, eran sus únicos nietos; parecían un par de angelitos y asumió que entendían lo que pasaba porque el más pequeño, Johnny, tenía sus ojitos azules rojos por las lágrimas, mientras que el grande, Louis, solo tenía su carita redonda muy seria.
Emma se ofreció a cuidar de los niños mientras su padre se encargaba de cargar el ataúd hacia el cementerio, no muy lejos de ahí. Rudy, Robert, el señor Watson, quien era vecino también y su hijo, Nick, iniciaron una danza muy lenta con el Pastor Evans guiándolos. Cindy ni siquiera los acompañó.
La actitud de la rubia le recordó a su padre. George, desde la muerte de Emma, habría adoptado un carácter fuerte y prefería concentrarse en el trabajo. Mientras caminaba con un niño en cada mano,recordaba cuando falleció su abuela, madre de George, Rose. Como Marie, habría sufrido un infarto espontáneo y su funeral fue casi de la misma manera. Emma era una niña de siete años y muy apegada a su abuela, a quien veía como su mamá. El carácter de George hacia ella empeoró cuando le preguntó si su abuelita se había ido al cielo.
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El amor que construimos
Romansa¿Y si el amor de tu vida es 20 años menor que tú? ¿Cómo saber cuál es tu hogar en el mundo? Robert Harris, un escritor atractivo y talentoso, llega a Norwich, Vermont, un pueblo donde parece vivir en un otoño permanente, con la intención de huir de...