Capítulo 8

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Un pitido impaciente se escuchaba por toda la habitación. De mala gana, abrió los ojos y se concentró en el techo, tan blanco que le lastimaba la vista. Emitió un gruñido y se colocó el antebrazo en la cabeza para mitigar el dolor.

—Demonios, Lexi —masculló—. ¿Por qué no apagas ese silbato? Está matándome.

Nadie respondió.

El sonido rechinaba en sus oídos, cada vez más irritante. Tenía la sensación de estar arañando un plato de porcelana con un tenedor o pasar las uñas por un pizarrón verde. El malestar era cien veces peor. Se levantó de un salto y lo lamentó: la cabeza le daba vueltas de un modo atroz.

 —¡Alexia!

Volvió a colocarse el antebrazo con el fin de mitigar el mareo, pero terminó por empujarla hacia la cama nuevamente. ¡Maldita resaca!

Tenía tiempo de no beber de esa manera. Mientras esperaba a que el mareo cesara, intentó recordar lo que ocurrió la noche anterior: nada de qué lamentarse, realmente. Solo había charlado con Leung, con quien salió hacía un año, posteriormente bailó y luego... la imagen de Robert Harris con ropa deportiva e increíblemente provocadora apareció en su mente. Estaba oscuro y a pesar de lo desalineado lucía guapo, portando solo una camiseta ligera y unos pants que se acoplaban perfectamente a su cuerpo. Recordó que le tocó los brazos y luego lo vio caminando sobre ella, como si estuviera inclinada...

Se le escapó un jadeo.

¡Ella le había dicho lo bien que estaba! Se puso las manos en la boca para reprimir una carcajada llena de vergüenza. Se sintió divertida y apenada por la imagen que le dio al nuevo profesor. En su defensa, al menos podía decir que no le vomitó encima.

Al cabo de un rato, se levantó y se dirigió a la ducha. El agua caliente le abrigaba la cabeza de un modo especial y los efectos de la resaca casi se extinguieron. Hacía falta un café bien cargado, de modo que se vistió lo más cómoda que pudo y salió para almorzar. Durante el camino, no dejaba de reírse por el ridículo que hizo frente a Harris; esperaba que al menos fingiera demencia cuando se encontraran el lunes en clase.

—¡Me sorprendes, Em! —gritó Patrick a lo lejos.Ella se detuvo en seco y se giró para esperar a su amigo, que caminaba lentamente hacia ella. La saludó con un efusivo beso en la mejilla.

—Te ves terrible. ¿Qué tan grave es la cruda moral?

Le dio un codazo que él esquivó limpiamente.

—He estado peor otras veces. Además, todavía no te perdono el desorden de la otra vez. 

 —Sí, ya sé. En serio lamento mucho haber gritado a los cuatro vientos que te mueres por ese... —lo interrumpió con un codazo— En serio, perdóname.

—De acuerdo. Con la condición de que no te metas en mis asuntos, ¿de acuerdo?

—Trato hecho.

—Bueno, entonces vamos por un café.

Reanudaron el paso hacia la cafetería.

—¿Y cómo te fue con April?

Patrick se encogió de hombros.

—Decía muchas palabras en alemán. Se oía tan brusca que pensé que estaba insultándome.

—¿Y qué te decía?

—No lo sé —Patrick simuló sonreír—, pero me besó.

—¡Pero qué iniciativa! ¡Muy bien, campeón!

El amor que construimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora