Capítulo 24

7 0 0
                                    

Iba directo a verla, no a él. El riesgo era inminente. Emma sabría que Dale era su hijo y entonces se terminaría la relación. No podía perderla. Y ya no estaba seguro de querer detenerse. Ni siquiera porque su contrincante era su único hijo. Ni siquiera llegarían a juntos a la cena de Navidad. Tenía que hacer algo, y pronto.

Blair opinaba que Robert estaba loco por ella y Thomas le daba la razón; la única diferencia era que ella continuaba pensando que era mejor hacer lo correcto y Thomas no. Quería mucho a Dale como sobrino, pero sabía el daño que le hizo a su padre y por eso estaba de su lado. Emma era para Robert, y Robert para Emma. No había más.

Esa noche no pudo dormir. ¿Cómo poder conciliar el sueño, sabiendo que su vida perfecta se vendría abajo?

Supo que era de día porque escuchó algo más que el cantar de las pocas aves que había, considerando que estaban en lo más crudo del invierno. Tres voces distintas sonaban en el piso de abajo y de repente se sintió feliz. Sus mejores amigos estaban ahí y lo mejor de todo, es que ella había cumplido su promesa y también se encontraba con ellos. Escuchó también unos pasos que se dirigían al piso de arriba. Caminaron lentamente en un intento de no hacer mucho ruido y entonces se detuvieron al otro lado de la puerta de su habitación. Medio segundo después, unos nudillos pequeños dieron un par de golpecitos para poder entrar. Y fue entonces cuando sintió sus labios fríos besar cariñosamente su oreja, mientras se acurrucaba junto a él por encima de la ropa de la cama.

—Buenos días, dormilón.

—No hay nada mejor que tenerte aquí —murmuró y la atrajo para besarla. Emma estalló en risotadas mientras forcejeaba para evitar que continuara picando sus costillas. Entonces, le dio un beso en la mejilla y se sentó a su costado.

—Los waffles están listos. Si no bajas ahora, Blair y Thomas terminarán con todo.

—Prefiero comerte a ti.

—¡No juegues, Harris! —bromeó—. No ahora, con tus amigos ahí abajo. 

Robert gruñó.

—Anda, te esperamos abajo para desayunar.

Dio un par de brinquitos y entonces salió disparada a la cocina. Le agradó ver que dejaba atrás la faceta de timidez para volver a ser la persona tan activa como de costumbre. Consideró la posibilidad de ducharse pero el gruñido que emitió su estómago, le recordó sus prioridades. Se rio y fue al piso de abajo. Estaba evadiendo su propia mente.

Emma era una excelente cocinera cuando se lo proponía. Los waffles eran su especialidad, además de ser parte de su desayuno favorito. Conquistó los corazones de los visitantes con su sazón, y prometió que para la cena de Navidad, ayudaría a elaborar el majestuoso pavo. Blair tenía dificultades para adaptarse al frío, pero a Thomas le sentaba bien. Siempre había tenido preferencia por los paisajes boscosos aunque por su profesión, no le era posible vivir en una casa como la de su mejor amigo.

Robert había dejado de sentirse solo desde que estaba con ella. Pero esa mañana en particular, sintió la calidez de una familia, que era lo que más añoraba. ¿Cuánto tiempo había permanecido oculto bajo la penumbra? Ya no podía saberlo. Ahora que había salido la luz —y solo el universo sabía durante cuánto tiempo—, tenía que disfrutarlo al máximo. Y se tomó esa decisión al pie de la letra. Disfrutó cada segundo a su lado, besándola, jugando con ella mientras metían los trastes usados al lavavajillas y le hizo el amor de la manera más dulce cuando se quedaron a solas mientras Blair y Thomas salían a conocer Montpelier; habían preferido salir como parte de su plan para dejar a la pareja disfrutar un momento más. Un momento que quizá sería el último... pero que tanto Robert como Emma siempre sentían que era el primero.

El amor que construimosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora