El tostador emitió un pitido de emergencia.
Robert corrió escaleras abajo para rescatar el que sería el pan para su desayuno. Era la primera vez que desayunaba oficialmente en casa, de modo que no pasaría con Lexi ni bebería café con Marie. La mañana estaba fría y nublada, pero eso no modificaría su estado de ánimo. Sentía un cambio en su vida, uno radical en el que estaba iniciando desde cero. Era un hecho que su espíritu estaba volviendo en el tiempo, quizá unos 20 años más, cuando era joven, estúpido y corría riesgos. Hace 20 años, él era tan impulsivo como ella.
Ella.
Hoy era un buen día porque la vería, y no solo como a una alumna. Distraído, se detuvo en medio del umbral de la cocina y cerró los ojos al rememorar su rostro en forma de corazón. Ojalá que haya optado por usar ese labial con destellos púrpura. ¡La hacía ver tan radiante! Y podía pasar toda la clase —si no fuera tan evidente— contando las ondas que se formaban en su cabello sedoso, cayendo como cascada sobre sus hombros y el torso. Se preguntó cuántos centímetros medía su cabello, pues era tan largo que podría mirarlo y olerlo todo el día. Después de estar tan cerca de ella, detectó su perfume: olía de un modo floral, como si permaneciera acostada entre lavandas y rosas. No podía haber nada malo en esa chica.
El tostador volvió a pitar. Robert abrió los ojos y vio la alarmante cantidad de humo que escapaba de la cocina.
No paraba de reír mientras sacaba los restos de pan quemado con unas pinzas. Abrió las ventanas y salió por la puerta de atrás hasta que se le pasó el ataque de tos. Supuso que cualquier otro día estaría irritado por el accidente, pero es que... no había poder humano que lo hiciera sentir mal. Imposible. Después de todo, ¿qué podría salir mal?
Se preparó unos huevos revueltos con jamón y lo acompañó con restos de pan quemado —que le supieron deliciosos—, aunque aun así pudo mitigar el sabor con un poco de miel de maple. El jugo de naranja, aunque era de envase de cartón, estaba en su punto exacto y el café también quedó delicioso. Como si todo encajara. Se sentía más optimista que nada.
Con una prisa absurda, salió de casa y condujo hacia Dimbert. La carretera se encontraba despejada, de modo que llegó mucho antes de iniciar con la primera clase. Se sentó en una de las bancas del parque central, ignorando las miradas curiosas que siempre estaban detrás. Aunque ya estaba acostumbrado a ser el centro de atención y sobre todo, el blanco de miradas femeninas, no dejaba de ser un punto en contra. Repasaba el temario cuando sintió que alguien se situaba a su lado. Por el perfume tan penetrante, reconoció a Jessica.
—¿Cómo estás, Robert?
Él apenas levantó la mirada.
—Buenos días, Jessica —se esmeró en no destilar ácido en su tono monocorde—. ¿Qué dice tu itinerario? Estoy terminando de modificar el mío. De hecho estoy a un par de minutos de ir a mi primera clase.
Aunque la discreta pero firme invitación a retirarse le hirió, decidió pasarla por alto. En respuesta, sonrió apenas moviendo las comisuras de la boca.
—Yo tengo una hora libre a las once. Pensé que quizá te gustaría ir a beber un café conmigo, como antes. ¿Lo recuerdas, Rob?
Interrumpió la escritura para mirarla. Su mirada lucía más brillante y tenía una sonrisa que no denotaba precisamente felicidad. Parecía más bien desvelada.
—Lo lamento mucho, Jessica, pero no será posible. Debo reunirme con Franklin y quedamos en ir a comer. Y debo prepararme para la clase con los del último grado. Es la más absorbente.
—Antes no te negabas —reclamó.
—Antes tú y yo teníamos... algo.
—¿Y en serio se terminó?
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El amor que construimos
Romansa¿Y si el amor de tu vida es 20 años menor que tú? ¿Cómo saber cuál es tu hogar en el mundo? Robert Harris, un escritor atractivo y talentoso, llega a Norwich, Vermont, un pueblo donde parece vivir en un otoño permanente, con la intención de huir de...