—¡Ese maldito de Smith! —di un puñetazo a la mesa.
—Helen se está encargando de él.
Thom me pasa el brazo por el hombro.
—Ya pasaron varios días y no sabemos nada y temo arruinar la relación de Helen con él.
—No pasará, hermano. Te recuerdo que es una Zeller.
La agonía está consumiéndome lentamente. Pero, ¿y si Blair tiene razón? Si Emma no se encuentra en el país, ¿cómo empezar a buscarla? Literalmente, es como encontrar una aguja en un pajar. Y la vida no me alcanzaría para hallarla y explicarle la verdad.
El último jueves de mayo tuve una presentación online acerca del poemario, cuyo título se prestó a LOVESICK. En mi ser, todos tienen relación, ya que están inspirados en una sola persona. Lauren me había dicho que el libro saldría del país en un aproximado de tres meses. En Europa, llegaría a principios de septiembre si tengo suerte. Y hace mucho que no sé lo que era la suerte.
El verano es lo que menos me gusta: San Francisco se convierte en un lago temporal, de manera que las tormentas son verdaderos diluvios. Me enfurruño aún más al ver que mi lugar en la calle está ocupado por un coche más. Gruño sin molestarme en bajar el tono de mi voz. Tal vez mis vecinos, los señores Rosso, tienen visita, aunque me molesto por no tener la sensibilidad de avisarme. No me queda más que aparcar unos metros más adelante y al bajar me mojo mucho más de lo que calculo.
Y todo pasa muy rápido.
Una silueta me espera en el porche, es un hombre, por lo robusto de sus hombros protegidos bajo una gabardina. Podría reconocerlo en cualquier lado aunque no era una sombra que veo con frecuencia. Se vuelve al escuchar mis pasos y de pronto deja de importarme que la lluvia me bañara. Dale está esperándome y luce muy cambiado. Sus facciones ya se alejan del complejo adolescente que portaba la última vez que lo vi. Su cabello ya no es una maraña ondulada, sino apenas unos diminutos rizos que, al estar mojados, daba la impresión de haberse bañado en gel. Me dedica una sonrisa avergonzada.
—Hola, papá.
Lo miro detenidamente, sin responder. En el fondo espero que actúe de un modo agresivo, como si sacara sus deseos reprimidos.
—Lamento llegar sin avisar. El tío Thom me dio tu dirección y vine tan rápido como pude.
—¿Qué haces aquí?
—Necesito hablar contigo —no paso por alto que jamás quita la mirada de la mía. Es la primera vez que lo hace. Me mira... como si le importara mi reacción. Por muy extraño que parezca, no hay ningún atisbo de amargura en su voz. Suena amable, sensato. Maduro. Como siempre he querido que sonara mi propio hijo. Como respuesta, asiento sin remover mi ceño fruncido y me acerco para abrir. Le invito a pasar con una mano y tras ver que nadie nos observara, cierro la puerta sin hacer demasiado ruido.
—Si quieres ve a secarte —me dice—. Yo te espero aquí.
—Puedes dejar tu abrigo en el gancho de la entrada.
Entonces, subo las escaleras a trompicones.
Al bajar, me encuentro con Dale esperándome en la sala. Está parado frente a la pequeña chimenea, contemplando las fotografías de mi viaje a Alaska con Blair y Thomas del invierno pasado. Gira lentamente cuando me escucha.
—Gracias por recibirme.
—Me intriga tu visita —me limito a decir. Me sonríe.
—No debería sorprenderme tu actitud hacia mí —se encoge de hombros—, me la he ganado a pulso.
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El amor que construimos
Romance¿Y si el amor de tu vida es 20 años menor que tú? ¿Cómo saber cuál es tu hogar en el mundo? Robert Harris, un escritor atractivo y talentoso, llega a Norwich, Vermont, un pueblo donde parece vivir en un otoño permanente, con la intención de huir de...