—Estás comportándote como un adolescente irresponsable —me regaña Blair. Después del incidente, la he llamado para que acuda en mi ayuda; de cualquier modo, sé que cuento incondicionalmente con ella. Aunque eso signifique un océano de regaños.
—Quiero que dejes de juzgarme —le acerco el tarro de cristal con azúcar—. No lo hagas, ni siquiera trates de entenderme. Solo ayúdame.
—¿Cómo podría ayudarte yo?
Me inclino ligeramente hacia ella.
—Ayúdame a encontrarla.
Blair abre los ojos como platos. Sí, definitivamente soy un enfermo.
—Yo... no...
—No tienes que responderme ahora —la interrumpo—. Piénsalo. Necesito asegurarme que ella ya no me ama.
—¿Y si ya no te ama?
—La dejaré en paz y continuaré con mi vida.
Entorna los ojos.
—¿Y si te ama?
La esperanza renace en mí.
—Me quedaré con ella si me acepta y me perdona.
Por su expresión, deduzco lo que piensa: que me he vuelto loco. Incluso escuchándome, puedo sentir mi propia locura emanando mi ser. Tal vez sí perdí un tornillo, pero mi nivel de necedad es mucho mayor y cuando una idea de esa importancia se mete en mi cabeza no hay poder humano que la saque así como así. De modo que no pienso parar hasta dar con ella y que me diga de frente que ya no me quiere más. Solo una vez.
Al final ya no me dijo nada más. Sabía cuán testarudo puedo ser y sus regaños jamás han sido un impedimento. Probablemente tengo los días contados en cuanto a incertidumbre, porque si en algo — además de muchas cosas— es buena Blair, es en buscar, investigar a fondo y dar con los resultados. De una u otra forma, así pasaran cien años, volvería a encontrarme con Emma Greenwood.
—¿Qué ha pasado con Elaine?
Me toma un minuto responderle.
—Terminé con ella.
—No se lo tomó bien —no es pregunta.
—No.
—Bueno, era de esperarse —frunce el ceño—. ¿Tanto te caló esa chica?
—Daría cualquier cosa con tal de verla otra vez.
Blair no responde y puedo ver su expresión ausente y podría jurar que se debate en ayudarme o no. Tal vez me veo más loco de lo que pienso. Yo, por el contrario, intento imaginar cómo sería mi reencuentro con ella. Me desgasta la idea de saber en dónde demonios se encuentra, con quién. No soportaría verla en brazos de otro.
Pero prefería verla en una relación con alguien más, a que sea infeliz o peor aún, que haya elegido a Dale.
A él, no.
—Voy a ayudarte, Rob —murmura al cabo de un rato—. Pero tienes que prometerme algo.
—Lo que quieras.
Me mira directo a los ojos.
—Si ella ya no siente lo mismo por ti —deja la taza vacía en la mesita—, por favor, te alejarás de ella y empezarás a vivir tu vida. Tranquilo. Intentarás ser feliz. Prométemelo.
Levanto mi palma hacia ella.
—Prometido.
Suspira.
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El amor que construimos
Romance¿Y si el amor de tu vida es 20 años menor que tú? ¿Cómo saber cuál es tu hogar en el mundo? Robert Harris, un escritor atractivo y talentoso, llega a Norwich, Vermont, un pueblo donde parece vivir en un otoño permanente, con la intención de huir de...