Capítulo XVIII, La rubia que conocí

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Capítulo XVIII

La rubia que conocí

Los días iban pasando, Candy se reponía de sus lesiones y Terry estaba encantado con las "anécdotas" de su novia, Archie, Stear, Annie y Patty se habían visto envueltas en algunas de ellas. Albert salía a ver asuntos de la familia y en algunas ocasiones, Terry había ido y regresado de la Villa Grandchester en el mismo día.

De pronto, un día Candy estaba restablecida o al menos eso quería aparentar, las situaciones se hacían más efímeras a cada momento, Candy un día de esos en los que las apariencias daban más información y menos que decir, le pidió a Terrence conocer a su madre Eleonor en una comida que se celebraría en la Villa Andley, Terrence optó por enviar al cochero de los Andley por ella, su madre tenía casi cuarenta años, era aún joven para su edad, fina y refinada; se vistió para la ocasión con un vestido invernal de lana en color crema, llevaba un abrigo en el mismo color con botones jaspeado en color crema y café, unas botas que llegaban a la rodilla, un sombrero ruso color café de mapache, guantes y bufanda, su largo cabello rubio atado en un rodete y decorado con guirnaldas de oro. El mediodía era apacible, pronto nevaría, pero el Castillo y la Villa Grandchester eran tan fríos que acostumbraba a vestir de esa manera.

Media hora después, la rubia bajaba del auto, encaminándose por donde el chofer le había mostrado, era así como encontró el jardín y después la sala de té, estaba impresionada, impresionada de ver cuánto amor había en cada rincón, cada detalle en una pared, en una almohada hasta en un cojín. El esmero que se había puesto en todo ese conjunto de detalles hacia la armonía del hogar que quizás Terrence nunca tuvo, era tan acogedor que faltaba ser miope para no verlo, fue tan sencillo que solo se sentó a ver cada línea de la puerta, de la pared y hasta de la chimenea.

Albert había regresado de cabalgar, ahora que Candy estaba casi aliviada, se había dado el tiempo para salir a dar un paseo a media mañana, era impresionante, el rostro se encontraba frio a pesar del calor que su cuerpo sentía por la cabalgata, se bajo del caballo apenas este paro y entro a la Villa, como un fantasma petrificado, corriendo y pasando por la sala de té donde se encontraba Eleonor hacia la cocina, ahí estaba una jarra de té, hirviendo, tomo una taza y la coloco en un plato, sirvió té y lo tomo soplándole un poco, tomo unos cuantos sorbos y saliendo de allí se encamino a la biblioteca. De pronto divisó un sombrero ruso en color crema, un cabello rubio no rizado y pensó en quien podría ser ya que no conocía a nadie así, amarró con los dedos la taza caliente de té y se la acercó al rostro para que entibiara su piel.

Después se dirigió a la sala de té y la persona que estaba de espaldas volteó como si fuera una fotografía cuadro a cuadro cada segundo, ahí fue que se encontró con unos hermosos ojos azules, como los de él, quizás eran los compañeros que perdió en algún lugar, aún no lo sabía.

- Perdón me dijeron que entrara a la casa por el frio – señaló a la nada realmente.

- Disculpe apenas he llegado, ¿usted es? – le cuestionó al ver que no se había presentado.

- Eleonor...Eleonor G... - apenas pudo decir cuando la interrumpieron con un abrazo, después de cerrar el abrazo y dirigirle una mirada de contrariedad al rubio.

- Eleonor ¿como estás? ¿Cuándo llegaste? – Terrence la interrogó entusiasmado.

- Recién llegué, estaba admirando la decoración. Terrence, alguien está con nosotros – susurró en su oído y el joven volteó su rostro.

- ¡Ah Albert! Lo siento no te había visto – se separó de la rubia mayor y le extendi la mano para saludarlo.

- No te preocupes Terrence, nos presentas – indicó con la mano mientras le daba otro sorbo a su taza de té.

La Dama del RetratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora