Capítulo XXXIV, Intimidad

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Parte II

En la biblioteca se encontraba un alterado Terry, dando vueltas, en realidad ya se le habían acabado las ideas de cómo evitar que Candy desobedeciera las órdenes médicas, en eso pensaba cuando de pronto un toque en la puerta pasó desapercibido.

- ¿Cómo voy a poder? No lo voy hacer, ¡ay Candy! ¿En qué aprietos me metes? – dijo sin notar que Albert entraba.

- ¿Qué hizo Candy... ésta vez? – cuestionó el rubio preocupado.

- Albert, no se supone que estabas durmiendo ya – le preguntó cuando lo vio acercarse.

- No, de hecho Eleonor ya hace tiempo que esta con Morfeo. ¿Qué pasa con Candy? – sonrió el padre de la rubia.

- Le prometí una noche precisamente hoy – comentó él un poco preocupado.

- Como todas las noches ¿no? – le dijo pensando que así era.

- No de esas noches, Mauro nos dio permiso de dormir otra vez juntos – le contó el castaño-

- Y ¿qué con eso? ¡Ah es eso entonces! – soltó una risita.

- Por supuesto que es eso, pero aún no debemos – bajó el rostro al piso, al ver la burlona sonrisa de su suegro.

- ¿En qué aprietos te pone ella? No te agobies Terry, sé ¿cómo puedes librarte de esa pesadilla que es mi hija? – se acercó a él dándole unas palmadas en el hombro.

- Para ti, es fácil decirlo, Joe no hacía eso – le reclamó para defenderse.

- Eso crees tú, sencillamente se me quitó el sueño muchas noches después de mi primera vez. Bueno, ¡hola Mauro! Disculpa la molestia, queríamos saber si habría alguna forma que Candy durmiera toda la noche, es que anda un poco hormonal. Ajá, sí claro, entonces se la pido a Dorothy, gracias, de acuerdo, que pases buenas noches, hasta luego – terminó por despedirse, riendo cínicamente, ya que él adoraba a su hija, sin embargo, acababa de comprobar que había heredado algo más de su madre, su implacable inquietud sexual. Cuántas veces quiso saber más allá de su conexión mental con ella, pero nada más se enteraba de lo superficial y no de la otra parte, así que vivía en constante zozobra.

- ¿Qué te dijo? – cuestionó preocupado.

- Espera, Dorothy podrías venir por favor – pulsó un botón que abría el interfono dirigiéndose al de la cocina y pidiendo que viniera la mucama.

- En un momento, señor William – contestó la castaña, dejando de hacer sus deberes.

Toc toc

- ¿Me llamaba? – se introdujo en la biblioteca.

- Sí Dorothy, me dijo Mauro que usted tenía unas gotas que le había dado por si la señora no podría dormir ¿no es así? – cuestionó el rubio.

- Sí, me las dio antes de que se fuera – contestó la castaña atenta a lo que le decían.

- Bueno, pues llévale a Candy un té con las gotas y por favor que no se entere – le solicitó amablemente.

- Sí señor, permiso – se retiró de ahí dirigiéndose a la cocina.

- Pasa Dorothy. Pues bueno yerno, ya está – resolvió el rubio.

- Gracias Albert, no es que no me guste estar con Candy, pero a veces es una inconsciente, ni pareciera tu hija – respondió él.

- Sí, pero no entenderá, te lo digo por experiencia. En el octavo mes ya desearás que fuese en cualquier situación, ahí si de verdad no nos van a dejar descansar – sonrió él.

La Dama del RetratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora