Capítulo XXXVI, Sin inhibiciones

7 2 1
                                    


En una gran habitación se encontraba una pareja en medio de sus ensoñaciones, Candy había despertado hacia tan sólo unos minutos, observando cada rasgo del rostro de su esposo, después de admirarlo volvió a cerrar los ojos y abrirlos tranquilamente, no podía dejar de observar esos labios tan maravillosos y después de morderse el labio se acercó hasta ellos para darles besitos y repartirlos por todo el rostro de su atractivo marido.

- Mmm, Candy ¿qué haces? – cuestionó él adormilado.

- Nada, sólo que no pude resistirme a besarte mi amor, si tienes sueño duérmete – le ofreció cariñosamente.

- Imposible mi vida, aunque quisiera dormir, hay algo que no quiere hacerlo – le cargó y después la pegó muy cerca de su erección.

- Lo siento, yo sólo... no pude evitarlo, mejor me voy a tomar una ducha – le informó.

- ¿A dónde va usted señora condesa? – la tomó de la mano cuando recién salió de la cama.

- Al baño y después a darle de comer a tu hijo – le informó soltándose.

- Tengo una idea mejor condesa, primero le hago el amor, luego se mete a bañar y le hago el amor en la ducha y después en lo que te cambias, te traigo a William para que le des de comer, ¿te parece? – sugirió con una sonrisa.

- ¡Oye, que buena idea! – lo felicitó.

- Soy muy inteligente, ¿verdad? – sonrió él entusiasmado.

- Sí, demasiado – sonrió y comenzó a subirse en él.

- Entonces venga aquí condesita, que no sabe cuán feliz me ha hecho – comenzó a besarla cariñosamente.

- Terry, te amo – susurro cuando se hubo separado.

- Igual yo princesa – le confirmó el castaño.

Ni tardos ni perezosos, aquel par de esposos se acurrucaron e hicieron el amor dos veces más, Candy descubrió cuán abandonado tenía a su marido y él hizo lo mismo, Candy también se sentía feliz por volverse a reencontrar con su esposa, entre ellos existía una conexión enorme, pero Candy no quería arriesgarse a embarazarse de nuevo y los preservativos eran a veces incómodos, al menos para su marido. Por lo que le pediría a Robson que le recomendara pastillas anticonceptivas o algo para no embarazarse de nuevo en la visita de rutina.

Una vez lista, Candy estaba esperando en la mecedora a William, se había colocado un camisón de seda y encima una bata de franela, ya que a William se le había ocurrido nacer en el mismo mes que su padre, sólo que unos días antes, Terry apareció a los pocos minutos y lo acomodó en los brazos de Candy. Ella lo acomodó y se abrió el camisón sacando el seno derecho, después se lo ofreció a su bebé, donde él lo aprisionó con la boquita y comenzó a succionar.

Terry jaló un pequeño taburete para sentarse a ver como Candy alimentaba a William.

- Es lindo no mi amor – le comentó Candy.

- Sí y veo que no es al único que le gusta esa parte de tu cuerpo – ironizó Terry.

- Terry deja de decir tonterías – lo golpeó en el hombro.

- Pero es verdad, hasta sonríe – hizo lo mismo que William al ver que su esposo esbozaba una sonrisa ante esa ocurrencia.

- Es el recipiente donde recibe su comida, como si fuera un biberón – explicó ella.

- Mmm buen punto, pero eso no le quita esa sonrisa picarona – le tocó la mejilla y luego la barbilla a William.

- ¡Ay, Terry! Qué cosas se te ocurren, lo mismo diría yo de Eleonor – ejemplificó ella para hacerlo callar.

La Dama del RetratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora