Capítulo XXVII, Familia

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- ¡Qué feliz me haces mi amor! – le dijo al oído.

- A mí también Terry, pero creo que es hora de irnos – dijo ella levantándose un poco del amarre de sus brazos.

- ¿Por qué? – protestó el castaño haciendo una mueca.

- Porque no podemos estar aquí más tiempo, esto se pone muy frío de noche – informó ella.

- ¿Tan tarde es? ¿Cómo sabes? – le cuestionó.

- ¿Ves a Clint o a Puppet por aquí? – preguntó mientras se levantaba.

- No, nadaron hacia el otro lado hace dos horas más o menos – recordó él.

- Entonces son como las seis, apenas nos da tiempo para nadar hasta el otro lado y salir congelándonos de aquí – le informó nuevamente.

- Bueno mi vida, está bien, vámonos – le susurró levantándose y tomándola de la cintura.

Candy y Terry se sumergieron y nadaron hasta la otra orilla del lago, apenas habían salido cuando Candy sugirió que se apurasen ya que el frío los estaba atormentando, escurriendo su cabello y atándolo con un listón. Salieron de ahí corriendo, montaron y llegaron a la cabaña, Dorothy alcanzó a salir cuando ellos apenas habían llegado. Candy comenzó a desvestirse cuando Terry la miraba, toda su piel se calentaba cuando la de ella mostraba los efectos del frío, incluso cuando sus pezones se erizaban al no sentir el calor de la ropa y el abrigo.

- Candy, ¿qué haces? – preguntó el con desconcierto.

- Anda, apúrate, si no te metes a la tina en este momento nos enfermaremos – recomendó ella.

- ¿Cómo sabes? – cuestionó extrañado.

- Porque así es, vamos – lo apresuró.

- Hay que prepararla, tenemos que poner el calentador – sugirió él.

- No, ya esta lista, vamos, hay que quitarte esto – comenzó a desvestirlo.

- Candy... - exclamó cuando ya lo tenía semidesnudo frente a ella.

Candy no dejó que Terry siguiese hablando, le quitó la ropa restante lo más rápido que pudo, lo empujó hasta la tina y después de que ella se hubo metido, lo jaló; colocándose delante de ella. Comenzó a verter agua caliente sobre su cuerpo, pasó sus largas piernas a sus costados e hizo lo posible por enjabonarlo.

- ¿Mejor? – le preguntó abrazándolo.

- Sí mi amor, ¿cómo sabes lo que se tiene qué hacer? – cuestiono alzando una ceja en tono de cuestionamiento.

- Mickel me enseñó – soltó ella.

- Ah sí y él, ¿cómo te enseñó? Olvídalo, no quiero saber – dijo apartándose un poco.

- Efectivamente, ya me pasó, pero casi muero por hipotermia. Aunque lamento que Casiopea haya muerto en el bosque, Mickel le dio un balazo en la sien – dijo con media sonrisa.

- ¿Quién es ella? – cuestionó al ver el semblante triste de su esposa.

- Mi yegua hace seis años, cuando venía de regreso de la cueva, Casiopea cayó en una trampa y se rompió la pata, como no soportó más la lesión, se cayó de costado llevándome a mí al suelo, su peso me quebró unas costillas, si no fuera por Clint hubiese muerto – relató observando como el rostro de su marido cambiaba a uno más comprensivo.

La Dama del RetratoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora