Fear to love [+18]

Capitulo 34

Khristeen

La cabeza me duele demasiado y el mareo aumenta mis ganas de vomitar. Estoy tan débil que apenas tengo la capacidad para orientarme. El sudor frío empapa mi frente mientras mi cerebro lucha por recordar lo último que sucedió.

Al abrir los ojos, me encuentro en una camilla rígida, rodeado por un aura blanca y fría. Observo detenidamente mi entorno: un centro médico impoluto con varias camillas alineadas, un quirófano impecablemente acondicionado y equipos de reanimación parpadeando en las esquinas. Dos personas, vestidas con batas blancas, limpian meticulosamente la habitación, mientras una mujer de cabello castaño claro organiza y esteriliza el material quirúrgico.

Una de las camillas rechina. Mis ojos se posan en ella y contemplan la escena asquerosa: un hijo de puta viola a una chica que, por lo que veo, está drogada.

-¡No, por favor! -gime la chica, apenas consciente, su voz quebrada y desesperada

El hombre ignora sus súplicas, sus movimientos bruscos y salvajes. Mis ojos arden de impotencia y rabia. Me esfuerzo por mantener la calma, pero la escena es insoportable.

-¡Basta! ¡Detente! -grito, sabiendo que mis palabras son inútiles

El hombre ni siquiera voltea a mirarme.

-Abrela y saca al bastardo -ordena un hombre con una voz fría y desapasionada, rompiendo el silencio

-Me gusta -Erinco le sonrie, sus dientes brillan con malicia-. ¡Trae el instrumental!

Una mujer se acerca por mi izquierda y deja la bandeja de instrumentos quirúrgicos. Sus manos tiemblan ligeramente, delatando su nerviosismo.

-Debo quitarle la ropa -susurra, evitando mi mirada, su voz apenas un murmullo.

-Hazlo rápido -le responde Erinco con impaciencia.

La hoja atraviesa la tela de mi ropa, rasgándome el pecho en el descenso. Ignoro el ardor que tensa mis extremidades, concentrándome en la necesidad de encontrar una salida, de detener este horror.

-No tenemos todo el dia -añade el hombre de la voz fria, mirando su reloj como si este acto de crueldad fuera un tramite más en su agenda.

-¡No, por favor! -grito llorando-. Suéltame

-Cállate -gruñe Erinco, su mirada feroz clavada en mi-. No estás en posición de exigir nada.

La mujer que sostiene el bisturi me mira con lästima, pero sigue cortando la ropa. Siento la hoja fría y afilada rozando mi piel.

-¿Qué le hacemos después? -pregunta la mujer, su voz temblando.

-Lo que tengamos que hacer -responde el hombre de la voz fría, con una indiferencia escalofriante-. No es más que un pedazo de carne ahora.

Mis pensamientos corren tan rápido como mi pulso. Necesito hacer algo, cualquier cosa, antes de que sea demasiado tarde. La impotencia y la desesperación me invaden, pera no puedo rendirme.

El filo del cuchillo de Enrico, afilado y amenazante, se aproxima a mi vientre con una lentitud calculada. La tensión en la habitación es palpable, como si el aire mismo estuviera cargado de electricidad, y decido cerrar los ojos, resignándome a lo inevitable. La punta del cuchillo casi roza mi piel cuando...

-Baja ese cuchillo -resuena una voz firme desde la entrada.

La voz, aunque tranquila, irradia una autoridad indiscutible que hace que todos en la habitación se pongan en alerta, y veo cómo Enrico retrocede instintivamente, su rostro palideciendo ante la intervención inesperada.