Khristeen
Alexander ha estado obsesionado tratando de rastrear a los responsables del ataque. Lo he escuchado en discusiones telefónicas que duran horas, en las que insulta y amenaza sin descanso. En menos de diez minutos, ha maldecido a más personas de las que puedo contar con una mano. Y, sin embargo, algo ha cambiado. Hay un tono diferente en su voz, una paciencia que nunca antes había mostrado conmigo. En las últimas semanas, ha sido extrañamente comprensivo.
Pero no puedo evitar desconfiar. Dudo que este cambio de actitud signifique algo profundo. Probablemente sea culpa. Culpa por lo que pasó, culpa porque sabe que yo no debería estar aquí, en medio de su mundo de violencia y venganzas. Tal vez cree que puede enmendarlo jugando al esposo protector, pero no soy ingenua. Esta fachada no durará mucho. Su verdadera naturaleza siempre encuentra la manera de salir a la superficie. No puedo permitirme bajar la guardia.
Mis pensamientos, como siempre, terminan regresando a mi padre. Estoy segura de que tuvo algo que ver con el ataque. Esto no fue solo una coincidencia; fue una advertencia. Una lección por no obedecer sus órdenes. Él quiere que traicione a Alexander, que lo abandone y regrese a su lado. Pero cada célula de mi cuerpo se resiste. Traicionar a mi esposo, por todo lo que él es, por todo lo que me ha hecho, no es una opción. No porque lo ame —no sé si soy capaz de eso—, sino porque no quiero ser la marioneta de mi padre.
Ese hombre nunca mostró interés en protegerme. Me entregó como si no fuera más que una mercancía para saldar una deuda. Ni siquiera intentó impedirlo. ¿Por qué debería escucharlo ahora? ¿Por qué debería sacrificar lo poco de dignidad que me queda para salvar a alguien que nunca me salvó a mí?
Estaba sumida en estos pensamientos, perdida en la maraña de mi propia rabia y confusión, cuando unos suaves golpes en la puerta me sobresaltaron.
—Llegaron sus abuelos, señora —anunció Lionetta desde el otro lado de la puerta.
Por un momento, mis pensamientos se detuvieron. Mis abuelos. No los había visto desde la última vez que estuve en Chicago, y esa había sido una ocasión más política que familiar. Me levanté con cuidado, ajustando el vestido que llevaba puesto, tratando de calmar la inquietud que siempre me invadía cuando se trataba de ellos.
—Diles que ya bajo.
Lionetta no contestó, pero oí el eco de sus pasos alejándose por el pasillo. Me quedé allí un momento, respirando hondo, intentando preparar la máscara que debía usar frente a ellos.
Salí de mi habitación y caminé hacia la sala con el corazón latiendo rápido. Al ver a mis abuelos, de pie junto al gran ventanal, sentí una mezcla de alivio y nostalgia. Era como si por un momento, en medio del caos, pudiera encontrar un poco de calma.
—¡Nonno! —exclamé, corriendo hacia él.
Mi abuelo abrió los brazos, envolviéndome en un abrazo cálido. Su mano áspera acarició mi cabello mientras me sostenía contra su pecho.
—Piccola mia, te extrañamos tanto —murmuró con voz baja, besando mi frente.
—Yo también los extrañé —respondí, apretando mis brazos alrededor de su torso.
Mi abuela no tardó en intervenir, apartándome suavemente de los brazos de mi abuelo.
—Ven aquí, mi niña. Déjame verte —dijo, sujetándome por los hombros mientras examinaba mi rostro.
—Nonna… estoy bien, de verdad.
Ella me abrazó con fuerza, ignorando mis palabras, y susurró al oído:
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Fear to love [+18]
AcakAlexander Nikolaev no es solo un capo de la Cosa Nostra; es un hombre implacable, moldeado por la crueldad del mundo que lo rodea. Para consolidar su poder y evitar una guerra que podría destruirlo todo, Alexander accede a un matrimonio estratégico...