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Cuando la lluvia ruge.





La noche estaba muy lluviosa, era como si un diluvio se estuviese dando. La tormenta eléctrica estaba fuerte, aunque vale debo admitir a mí no me importaba, la casa era muy cerrada que ningún relámpago podía entrar, sin embargo, tenía que aceptar que si me asustaba un poco por los estruendos de los truenos que eran tan fuertes y vibrantes.

La televisión estaba encendida con un volumen muy alto, apenas y se escuchaban las gotas de la lluvia golpear la sotera. Tenía palomitas en un cuenco bastante hondo, y mi boca se encontraba llena de ellas, una película de ciencia ficción se reproducía en la televisión, nunca la había visto y se me había hecho muy interesante.

Y bueno, raro, nuevo, interesante encajaban a la perfección conmigo.

Y justo ahí fue donde la historia comienza.

8 de enero del 2222.

El timbre de la casa sonó ¿Quién podría ser en medio diluvio por Dios? Me hice la pregunta a mí misma extrañada.

Nerviosa me levanté y al ver el exterior de la puerta no había nadie, incluso me atreví a asomarme un poco más, pero el lugar se hallaba vacío, lo único que se divisaba eran las gotas de la lluvia caer una tras otras rápidamente. Un relámpago iluminó el cielo y le siguió un gran trueno que logró hacer una pequeña vibración en la tierra. Cerré la puerta rápidamente algo perturbada y sin darle la menor importancia volví a sentarme en el sofá.

«Tal vez el timbre enloqueció» me susurré para mí misma.

Comí palomitas otra vez y me acobijé con una manta por el frio que me había dado mientras por instinto miré sobre mis hombros vigilando el resto de la casa.

Las luces se encontraban encendidas odiaba la oscuridad, así que por esa razón no había una luz en la sala apagada, por supuesto que a la hora de apagarla tendría que salir corriendo.

Pero a veces todo parecía ir en mi contra y más cuando no quería que algo pasara, eso simplemente sucedía como si en vez de precaverme a mí misma, trajera un mal.

Las luces parpadearon tres veces, me espanté horrible y pegué un chillido muy escandaloso que retumbó por toda la casa, por supuesto lluvia no era lluvia si no había un apagón, era una de las tantas cosas por las que odiaba el invierno.

Maldecí por lo bajo y apagué el televisor antes que se quemara, alisté la linterna de mi móvil para ir en busca del interruptor para apagarlo, pero justo en ese instante todo se quedó oscuro, dejándome parada en media sala, solo con la linterna de mi teléfono encendida.

¡Joder!

Salir huyendo de ahí escaleras arriba a mi habitación como alma que llevaba el diablo para acobijarme bajos las mantas de mi cama, pero no llegué ni a la mitad cuando escuché unos pasos acercándose. Me quedé estática sin saber qué hacer.

Tenía dos opciones «Quedarme ahí o seguir hasta encerrarme a mi habitación»

Pero de alguna manera la opción dos sonaba más segura, así que corrí el riesgo de ser escuchada ante la torpeza de mis pies, y corrí hasta encerrarme con seguro en mí habitación mientras buscaba algo duro y fuerte con lo que pudiera golpear a quien sea que tratara de entrar por la puerta.

Mi respiración era un caos completo, mis oídos palpitaban y mi corazón quería salirse de mi pecho por la garganta. Los minutos parecían horas, y no se escuchaba nadie fuera a excepción de las gotas de agua.

El Plan PerfectoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora