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11. 𝑻𝒖 𝒎𝒆 𝒑𝒓𝒆𝒐𝒄𝒖𝒑𝒂𝒔.

Gally se agacha a cerrar la puerta de la celda donde está Thomas, quien se acerca para hablarle.

—Gally, entiendes que no podemos quedarnos aquí para siempre, ¿verdad?

—Thomas —susurro y niego, detrás de Gally.

El rubio se para, vuelve a tomar la antorcha y camina, sin siquiera mirar si lo estoy siguiendo o no.

Camino detrás de él, hasta la última celda, del otro lado. Abre la puerta y señala el interior. Bajo con cuidado y una vez que mi rostro queda a la altura de sus pies, se agacha y cierra la puerta.

—¿No vas a suplicar que no te encierre? —Pregunta Gally.

—No, no me arrepiento de lo que hice, pero sé que al entrar al laberinto rompí una regla muy importante, si este es el castigo, no me opondré a el

—Bien, sólo... deberías no seguir los pasos de Thomas, creo que no deberías confiar tanto en él... tu me preocupas

—Confío en Thomas, pero...

—¿Pero?

—¿Puedo ser sincera contigo? —El chico asiente. —, hay algo en Teresa que no termina de... no sé, quizá lo estoy pensando de más, pero... siento que ella recuerda más cosas de las que dice

—Tendré en cuenta lo que estás diciendo, tampoco confío en ella, al menos no del todo

Se levanta, suspira y se aleja, con la antorcha en la mano. Cuando Gally se va, la luz también desaparece y quedo en completa oscuridad. La luz de la Luna apenas llega a mí y sólo puedo ver unos metros más allá, fuera de la celda. Dentro no se ve absolutamente nada.

Unos pasos se oyen, alguien se acerca junto a una luz titilante. Frente a mi aparece Minho, con una antorcha en la mano, que se prende y se apaga por la brisa que hay en el lugar.

—Así que eres tú —Le digo.

—¿Esperabas a alguien más? —Se sienta frente a la puerta y deja la antorcha enterrada a un lado.

—No, en realidad creí que nadie vendría

—Si, bueno... tengo que ir a dormir, pero para correr necesitas energía

Minho saca una botella de una bolsa y también un bollo de pan y una manzana. Me extiende todo eso a través de los palos de la puerta de la celda.

Tomo las cosas y empiezo a comer, con hambre. Miro al muchacho y asiento, sonriente.

—Gracias, Minho

El pelinegro asiente, sin mirarme. Está observando algo que hay en su mano.

—¿Qué tienes ahí? —Le pregunto y me acerco, curiosa.

—Oh, esto es... nada... nada importante

Minho levanta los hombros, le extiendo mi mano y deja el objeto sobre ella, lo acerco a mi y veo una pulsera de hilo, es roja y delgada.

—Es linda, ¿es tuya?

—Si, bueno... cuando desperté tenía dos de ellas en mi muñeca, me quité una por que no tenía sentido que tuviera dos iguales, ¿no?

—No, creo que no —Paso mi mano a través de los palos y le doy la pulsera.

—Quiero que tu tengas esa

—Pero es...

—Si y te la regalo, como ya dije, no tiene sentido que yo tenga dos iguales

—Gracias —susurro.

Regreso mi mano a la celda, con la pulsera sujeta. La observo una vez más y la pongo en mi muñeca, intento atarla pero con una mano se me hace muy difícil. Al estirar un hilo, se me escapa el otro.

—Oye, amm... ¿me ayudas?

Vuelvo a sacar la mano, Minho mira la pulsera por unos segundos y luego le hace varios nudos, para que no se caiga, supongo.

Cuando termina de atarla, me toma de la mano y gira la pulsera, para que el nudo quede por debajo, pero cuando lo hace, no me suelta, se queda allí sujetándome la mano. No me podía mentir a mi misma, su tacto me agrada, su temperatura complementa la mía y no quería que me soltara. Son cosas que no admitiría en voz alta.

Levanto la mirada y solo unos segundos después, Minho hace lo mismo y nuestras miradas se encuentran. Es algo que me pasa mucho con él, un momento en el que por alguna razón, ninguno dice nada.

Se oye un ruido, proveniente del laberinto. Me hace estremecer, la piel se me eriza y recuerdo al Penitente que casi me mata.

Nuestras manos se separan lentamente y Minho mira el suelo.

—Creo que es mejor que me vaya, come eso y duerme enseguida, mañana salimos temprano al laberinto

—Si, oye... ¿Thomas...

—Si, él comió algo, no te preocupes

—Bien, buenas noches, Minho

—Si, descansa, Maia

Se levanta del suelo, toma la bolsa y la antorcha, se da la vuelta y se aleja a paso lento.

Me siento en el suelo, con la comida sobre mis piernas. Cómo todo, bebo algo de agua y luego intento dormir, en el frío y duro suelo de la celda.

Mis ojos se abren con el primer rayo de sol. Me siento en el lugar, con dolor de cuello y espalda. Me estiro y doblo para ciertos lados, para hacer sonar mis huesos. Intento acomodar un poco mi cabello y en eso se escuchan pasos que se acercan, es Minho.

—Nos espera un gran día, ¿segura que quieres ir? —Minho se agacha frente a la puerta, sonriente.

—Abre la puerta, prefiero pelear con Penitentes antes que dormir un solo día más aquí dentro

—Como tu digas —Abre la puerta y salgo. —, iré a sacar a Thomas, ve al comedor, hay unas mochilas sobre la mesa, Sartén te dará las cosas que debes llevar, te alcanzamos en unos minutos

—Claro, voy

Me voy hacia el comedor, corriendo para calentar mis músculos antes de salir al laberinto. Como mencionó Minho, sobre una de las mesas veo tres mochilas, reconozco una como la que usa Minho cuando va al laberinto, entonces tomo una de las otras dos restantes. Abro el pequeño cierre y camino hacia la cocina donde veo a Sartén, preparando el desayuno para los demás.

—Buen día, Sartén

—Hola, Maia, ¿buscas tu desayuno?

—Así es, también... Minho me dijo que me ibas a dar algo para la mochila —Señalo el objeto.

—Si, pasaras todo el día en el laberinto, te daré comida para llevar, no te preocupes

Asiento al muchacho, se da la vuelta y prepara algunas cosas, saca otras de los cajones y va poniendo sobre la mesa.

El Hilo Rojo: Maze Runner |Minho|Donde viven las historias. Descúbrelo ahora