Capítulo 17: Sueños

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Cristhian.

Inglaterra.

12.00 A.M - Sábado.

Las melodías cobran vida por toda la sala de estar donde se encuentra el gran piano de madera pulida y brillante, característico de un color negro con el que aveces creía que podía ver mi propia alma reflejada en el, aún si creía que no tenía una.

Sin ser conciente mis piernas cobran vida propia hasta que estoy bajo el marco recostado, cierro mis ojos disfrutando de la música que crean esas teclas, las cuáles siempre me han gustado.

Llegó a su lado y las manos paran cuando me siento a su lado en el asiento alargado igual de pulido como el gran piano.

La sonrisa que me dedica me cala profundo, alargo mi mano al piano y mis dedos se funden en las teclas creando melodías, a los segundos se une a mí creando las melodías que faltaban para complementar por completo la música.

Cuando llegamos al final volteo a mirarlo y mi corazón se estruja y me sobresalto con la imagen que ahora está ante mí. Sus ojos rojos desbordados por lágrimas me reciben arrancandome el alma que decía que no solía tener, pero con él pareciera que me reafirma que hasta el propio diablo pueden tocarle la fibra.

Sus labios, manos y cuerpo tiemblan. Me entra una inquietud por dentro que me carcome que tengo que tomarlo de las manos para lograr calmarme a mi mismo como a él.

—Mikhail, tranquilo, estoy aquí.

Solloza.

—No es cierto —absorve su nariz mientras pasa una de sus manos por ella—. Te has olvidado de mí.

—Jamás podría olvidarme de tí. ¡Jamás! —mi mandíbula se endurece por sus palabras— Eres mi hermano, ¿Cómo puedes decir eso?

Sus mejillas se empapan por las lágrimas. No me gusta verlo así, lo odio.

—¿Por qué lloras? —aprieto su mano junto a la mía— ¿Qué es lo que siempre te he dicho?

—Yo soy fuerte —repite lo que tanto le he dicho.

—¿Y eso por qué?

—Porque soy hijo de una de las personas más peligrosas del mundo, tengo poder y las personas me temen por ese simple hecho.

Sonrío.

—Exacto, ¿Y quién llegue a ponerte las manos encima cómo terminará?

—Descuartizados porque se los hecharemos a los perros para que los destripen —me devuelve la sonrisa mientras sus palabras van tomando emoción.

—Asi es, resboltoso —le revuelto el cabello con mi mano—. Ahora, deja el piano ya, padre no le gustará que sigas despierto a estas horas de la noche.

Me levanto dejando el lugar pero su voz me detiene en medio camino.

—Me has olvidado…

—Otra vez con eso —me doy la vuelta molesto y sus ojos de nuevo rojos vuelven a estar empadados por lágrimas—. ¿Por qué llo…

—¡Te has olvidado de mí! —su grito me perfora profundo el corazón que tengo que dar un paso atrás —Todo por ella.

Su mirada se dirige tras mi espalda.

«¿Quién…?»

Me doy la vuelta con lentitud y su rostro queda a mi vista y el aliento se me atasca en los pulmones cuando los retengo.

«Elena…»

Sin esperarlo venir saca un arma detrás de su espalda y yo me pongo en tensión. Me apunta sin contemplaciones, ningún sentimiento se hace ver en el zafiro de sus ojos, con su rostro indecifrable. Me yergo en mi sitio.

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