Capítulo 26: ¿Mueres o mueres?

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Cristhian

Me desplazo por la gran pista dónde esperan todos mis helicópteros. La multitud de hombres listos para partir me sigue sin chistar.

Elena se encuentra justo en estos momentos partiendo para el departamento con un grupo de mis hombres que estoy seguro que harán el trabajo al pie de la letra como se los ordené.

Nicolas se acerca por un lado pero lo ignoro, muy distraido en la ametralladora que armó en nano segundos, está suena al cargar.

—Cristhian.

La pongo tras mi espalda para luego tomar un arma pequeña, suena al cargar y la guardo detrás de mi espalda baja.

—¿Que quieres?

—¿Puedes dejar de ser un imbécil arrogante y por una vez tener una conversación de padre a hijo?

—¡Oh!, mira quién lo dice, justamente el palo de dónde salí yo, la astilla, pero más afilada obviamente —no lo miro, sigo revisando las armas.

Se yergue en su sitio.

—Obviamente, yo no hago nada malo, pero es de lógica que te falta mucho para llegar a mi nivel —se burla y está vez volteo mi cabeza para mirarlo con una sonrisa burlesca.

—Repitete eso hasta que te lo creas.

—Tranquilo, no necesito repetirme algo que ya tengo muy claro.

Ruedo los ojos.

—¿Terminaste? Porque tengo otras cosas que hacer por si no lo has notado.

Le pasó por su lado.

—Ten.

Volteo justo cuando una tela negra se estrella en mi pecho, lo tomo en mis manos antes de que se caiga.

—¿Que es esto? —formo una mueca.

—Solo póntelo.

—¿Ponermelo? ¡Ja! No.

—Si quieres ir es mejor que te lo pongas y ocultes tu rostro, ya que no puedes hacer nada con tu cabello.

De hecho, estaba pensando en cortarmelo solo para llevarle la contraria.

Lo tomo con el pulgar y el índice, levantándolo hasta casi mi altura.

Lo miro con desagrado para luego regresarle la mirada a él.

—¿No pudiste encontrar algo que no fuera una porquería?

Pues esa porquería es lo que te vas a poner si quieres ir, te guste o no.

—Tu no me das órdenes.

—No, pero puedo obligarte a que lo lleves por las malas.

—Vete a la mier…

Mi mirada se dirige hacía un tumulto de mis hombres vestidos de negro, todos con sus rostros cubiertos sin permitir detallarlos, uno de ellos mete sus manos entre ellos para pasar al frente, camina con paso apresurado y se sube al helicóptero.

No le doy importancia hasta que veo algo que me hace voltear la cabeza de golpe.

Los hombres que encargué que llevarán a Elena ya están aquí.

Los mandé hace unos minutos, imposible que ya hayan vuelto tan pronto, a menos qué…

Maldigo por lo bajo.

Maldita escuincla.

Me alejo de Nicolas a paso firme, sus protestas no tardan en hacerse presente pero las ignoro.

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