CAPÍTULO 40

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Elena Cappelletti
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Las gotas de lluvia se estampan contra la ventana de la habitación, deslizándose hasta perderse de mi vista y permitirle a otras captar mi atención. Sujeto mis piernas contra mi pecho y dejo mi cabeza caer sobre ellas. Han pasado varias horas y luego de dejarles en claro que no pretendía hablar con nadie que no fuera Cristhian se han retirado, claro, no sin antes haber intentado recostarme en la cama y hacerme “descansar”, ¡Ja! descansar es lo que menos necesito, he pasado dos meses postrada en una cama totalmente inconsciente, lo que menos necesito es estar acostada.

No tengo ni idea quien fué el que me inyectó con esa mierda, porqué sí, las doctoras me terminaron explicando que había sido inyectada con una sustancia la cual era la razón que hubiera estado tanto tiempo en cama, y no me hizo falta pensar mucho para saber que era la creación de mi padre.

Detallo mi mano izquierda y frunzo el seño cuando posee un ligero temblor. Desesperada por no verlo más la vuelvo a esconder entre mis piernas y cierro mis ojos inclinando mi cabeza hacia atrás. Hace unos minutos que ha empezado y no ha querido parar, no quiero saber lo que significa, lo único que me repito es que se me pasará y en lo que menos piense habrá desaparecido por completo.

Tocan la puerta suavemente y antes de que pueda responder que no quiero ver a nadie la puerta ya ha sido abierta dejándome ver a una de las enfermeras con una pequeña mesita de madera donde trae comida.

El olor impregna mi olfato y de inmediato formo una mueca.

—Los tratamientos que le han sido inyectados son fuertes, necesita comer —menciona amable, sin embargo, logro percibir un leve miedo de acercarse más de lo necesario.

—No lo quiero —observo la ventana.

—Señorita, en serio, necesita comer para tener fuerzas, el tramiento es fuerte y le pegará si no come, además, no quiero tener problemas —inclina la cabeza.

No puedo evitar sentirme un poco mal; ella no tiene la culpa de todo lo que yo estoy pasando, solo cumple órdenes.

Suelto un suspiro de resignación.

—De acuerdo.

—Muchas gracias, señorita —se acerca y la deja enfrente, justo en el muro alconchonado pegado a la ventana.

Empieza a retirarse de la habitación.

—Espera —la detengo, se gira lentamente hacia mí con su manos juntas al frente.

—¿Si?

—¿No sabrás de por casualidad… en dónde estamos?

Muerde su labio inferior.

—No creo que pueda…

—De todas formas estoy encerrada, no creo que pueda salir de aquí, solo quiero saber…

Juega con sus manos mientras observa sus uñas.

—En… en una isla —suelta insegura.

¿Una isla? No puede ser.

Asiento.

—Te lo agradezco.

—¿No le dirá a nadie, verdad? —levanta su mirada.

Quiere saber si no le diré a nadie que me lo ha contado.

—Puedes estar tranquila —le aseguro—. Nadie lo sabrá.

Asiente y se termina de retirar.

—Cristhian Petrova eres la peor mierda que se me pudo atravesar —mascullo irritada en voz alta—. ¿Cómo te atreves a encerrarme en una isla?

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