CAPÍTULO 37

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Cristhian Petrov.

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El salado frío de la noche pega en mi cuerpo, ondeando mi abrigo que cae hasta un poco más abajo de mis rodillas.

El humo de mi cigarrillo se pierde con el viento en ondas suaves que van subiendo hasta desvanecerse. Inhaló, mantengo en mis pulmones y exhaló. Lo dejo caer fundiéndose en la arena y lo piso con mi bota.

Miro somierda hembro la cabaña y me pregunto, ¿cómo mierda he llegado hasta este punto?

Vuelvo a mirar al frente, perdiendo mi vista en las olas junto con el cielo oscuro y lleno de estrellas, pero, en vez de ponerme a detallar todo, mi mente viaja a veinticuatro horas atrás desde que Elena estuvo despierta. Hace veinticuatro horas desde que me soltó ese "te amo" en medio de todo el caos que teníamos encima. Aún tengo su imagen clara; cómo su respiración era forzosa por todo el esfuerzo que tuvo que hacer, pero qué, cuando estuvo en mis brazos, se tranquilizó. Cómo su rostro luego de estar en pánico había cambiado por uno en el que sabes que estás a salvo, a pesar de todo.

Aprieto mis manos en puños y siento como mi sangre corre con más fuerza por todo mi cuerpo haciéndome hervir. La cara de Elena al darse cuenta que había sido inyectada con esa mierda no se me va a olvidar, y mucho menos la persona que se atrevió a hacerlo.

Nathasa Petrova.

La sonrisa de satisfacción en su rostro no se me borra por más que lo intento. Sabe dónde quiere dar, y es que todo esto solo se trata de un juego de ajedrez y en saber que pieza mover.

Y ella supo que pieza mover para afectarme. Lo que ella no tuvo en cuenta, es que si me importó un bledo matar a su marido, no me va a importar un carajo matarla, por muy prima mía que sea. Se atrevió a irse contra mí, e aliarse con mis enemigos. Bien, que asuma sus consecuencias que yo asumiré que es lo que tengo que hacer; Acabarla, pero no sin antes hacerla sufrir, y es que yo también sé cómo mover mis piezas.

Escucho que alguien se acerca a mi espalda.

—¿Trajiste lo que te ordené? —pregunto sin voltearme.

—Como usted ordenó, mi Boss —Burack me entrega el sobre a un costado y yo lo tomo sin reparar en mirarlo y me concentro en su contenido.

—Interesante —murmuro—. Creo que a mi querido tío no le molestará que le haga una pequeña visita.

—¿Qué es lo que piensa hacer, señor? —indaga a mi espalda.

—No es de tu incumbencia, sin embargo, creó que lo que haré se sobreentiende.

—¿Lo matará?

—Primero jugaré un poco con él. No pretendo ser un hombre directo, está vez pienso tomarme mi tiempo.

—Eso la cabreara.

Giro la mitad de mi cuerpo dignandome en mirarlo.

—Esa es la idea.

Un helicóptero se acerca. Desciende a unos metros alejado y cuando esté termina su descenso me acerco.

Roman baja con tres hombres a su espalda vestidos de rojo que lo escoltan.

—¿La llevaste a dónde te indique? —pregunto refiriéndome a la loca que tuvo la osadía de posar sus manos en Elena.

—Se encuentra en la fosa encerradita y encadenada. No podrá salir.

—Bien. Nada de comida ni agua hasta que a mí se me dé la gana ir. La única agua que recibirá es con sal, para sus heridas. ¿Entendido?

—Claro. ¿Algo más?

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