Capítulo 28: Ojos hechizantes

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Cristhian

Las manos finas pero rasposas por la resequedad pasan por mi cuerpo, buscando algún indicio de aparatos rastreadores.

Luego del atentado que solo duró treinta minutos mandaron una búsqueda exahustiba dentro del lugar.

La mujer con un diente chueco, desarreglada, con una banda en la frente, una franela negra y unos pantalonsillos rasgados ahora va por mis piernas. Esto es humillante y la simple idea de que alguien esté viendo y TOCANDO mi cuerpo, me hace molestar. Porque sí, solo estoy en boxers.

Y lo bueno de todo, es que tomé cartas en el asunto con respecto al tatuaje de la bratva y lo oculté. No me gusta ocultar lo que me identifica, pero en esta ocasión se ameritaba.

Su mano se empieza a deslizar por mi pierna hacia arriba, entre ellas, sube más, más y más…

—¿Se te ha perdido algo? —hablo por fin con una ceja enarcada y cruzado de brazos.

—Puede ser —responde sugerente, mirándome entre sus pestañas. Las empieza a mover de arriba hacía abajo—. Nunca se sabe en qué lugares pueda estar escondido algo.

—Lo único que conseguirás ahí…

—Una anaconda ya me he dado cuenta —se le ruborizan las mejillas. Se relame los labios.

Acerca su mano.

—Algo que no tocaras —doy un paso atrás y esta se cae.

Bufa.

—Si eres aburrido.

—Si ya terminaste entonces me largo.

Empiezo a vestirme.

Se levanta y se sacude las manos.

—No importa, ya te tendré en algún momento —siento su mirada clavada en mi espalda.

Ilusa.

—Se vale soñar con lo inalcanzable.

—Tiendo volverlo alcanzable.

Ruedo los ojos.

Con esa pinta y diente chueco lo dudo mucho.

Y ella no es ni por una cuarta parte Ele… mierda.

Observo sobre mi hombro a Roman que está pasando el mismo procedimiento. Disimula que me mira, pero cuando observa a la chica que lo está revisando sin que ella se dé cuenta, levanta las cejas repetidas veces.

«Idiota».

—¡Oh, vamos! Podríamos aprovechar el tiempo de… revisada, más apropiadamente —me pone una mano al hombro, llega perfecto a él ya que es como de 1.76.

Le agarro su dedo con mi pulgar y el índice. Le quitó su mano de mí y esta cae hasta estar a su costado.

—La próxima que me pongas la mano encima te quedas sin ella, ¿Me entendiste?

Hace un puchero.

—¿Y que tal yo guapo? Te aseguro que soy mucho mejor que ella —se acerca otra de las que ya había terminado con uno de los hombres.

«Lo que me faltaba».

—¡¿Pero que dices?! Apártate, él es mío.

Voy a replicar cuando la otra interviene. ¿Que se cree?

—Todos saben aquí que quieres coronar a este guapo, lo has hecho con todos y cada uno de los hombre  que llegan a este lugar.

—¡Ahh! ¿Y tú no?

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