Capítulo 20: Dudas.

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Capítulo 20

Dudas.



En la penumbra matutina, el canto agudo de los pájaros corta el silencio, mientras los primeros rayos del sol se deslizan entre las ramas de los viejos árboles.

En lo profundo del bosque, rodeada por la densa vegetación, se erige una tienda de campaña imponente, una estructura majestuosa cubierta por telas lujosas que danzan con la brisa del amanecer.

Dentro, las cortinas de seda se balancean, bañadas por la luz dorada del alba. En el centro de ese refugio opulento, sobre un lecho de mantas exquisitas, reposa Milennia.

Sus párpados pesados se mueven, mientras emerge de un sueño intranquilo. Un zumbido en su cabeza la insta a abrir los ojos con precaución. Una sensación de opresión la invade de inmediato; el dolor punzante le recuerda la noche anterior, llena de inquietud y sueño agitado.

Con el ceño fruncido, lleva la mano a su sien en busca de alivio.

Sin embargo, una sorpresa aún mayor la aguarda, su cabello, que debe tener las huellas del polvo y la suciedad del camino, se encuentra limpio y sedoso.

Sus ojos se abren de par en par. «¡Ay, no!», un rubor intenso invade sus mejillas, las cejas se elevan arrugando su frente en un gesto de alarma. «¡No puede ser, no puede ser!».

Desvía su mirada hacia abajo, levanta las sábanas que la envuelven, «¡gracias a Dios!». La mujer se sienta con cuidado, recorriendo en su mente cada parte de su cuerpo, «¡aquí no ocurrió nada! Bien, vamos bien».

De momento, parece que no cometió una locura.

Al menos debería sentirlo, ¿no?

Luego de unos minutos suspira reposando la mano en su pecho. Observa su entorno, la tienda de campaña, emana una elegancia que contrasta con la falta de gracia del dueño. Su rostro se contorsiona en una mueca de disgusto, al pensar en ese hombre.

Se pone de pie y se desliza hacia afuera de la tienda, adentrándose en la brisa fresca del bosque.

El aire matutino la envuelve, fusionando los aromas del musgo húmedo, la tierra y la vegetación silvestre. Inhalando profundo, se encamina en busca de cualquier otra presencia humana en los alrededores.

Pero no fue necesario esperar mucho, Maurice se apresura hacia la mujer al ver que se ha despertado.

—Santa del Templo de las montañas del Norte. —Se inclina con un saludo formal —. Buenos días.

La mujer toma su falda y corresponde de forma cordial.

—Buenos días, Maurice.

Con una sonrisa, el hombre extiende su mano:

—Por favor, debe consumir este medicamento para aliviar cualquier malestar que aún mantenga. Y si me permite, procederé a recolectar la tienda. Debemos partir lo antes posible.

Milennia, toma la pequeña esfera que está envuelta en lino.

—Ah, sí. Claro.

Observa a su alrededor y nota que solo hay cinco caballos. Se gira hacia el consejero, quien ágilmente se está retirando.

—Espera.

—Dígame, Santa del...—Detiene sus palabras al notar la expresión de disgusto—. Señorita, por favor, dígame qué precisa.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora