Capítulo 28: Miedo y confusión.

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—Deberías saber que se pregunta primero y luego se ataca. 

—Bueno, deberías saber que no se debe espiar a las personas. 

—No la estoy espiando. —El hombre se acerca despacio —. Si fuera otra persona, podría resultar gravemente herida.

Ante la respuesta, Milennia pone los ojos en blanco en su interior.

—Entonces, esa persona no debería haberse escondido a mis espaldas. 

El cuerpo del emperador se tensa al verla de cerca.

—¿Qué? ¿Qué estabas haciendo? —Su mirada se vuelve penetrante mientras toma la mano de la mujer con fuerza—. ¡Qué estabas por hacer!

La sorpresa se refleja en los ojos de la Santa, el hombre muestra una energía diferente, abrumadora.

—¡Soltame! ¡Cómo te atreves! 

Pero Darius no cede, presiona con rudeza, con miedo.

— ¡Otra vez! ¡Ibas a hacerlo otra vez! —grita el emperador, conteniendo su frustración. Luego, se gira sin soltarla—. Volvemos a la tienda, desde este momento no puedes salir sola de nuevo.

Entre pensamientos de resistencia y la fuerza que se intensifica, Milennia se ve arrastrada. Los temores del hombre resuenan en los ecos de la noche, manifestándose en sus acciones. Con paso apresurado y la presión evidente en los dedos marcando la piel.

De repente, un grito rompe el silencio.

—¡ME ESTÁ LASTIMANDO!

Darius, cuyo rostro está marcado por el pánico, se detiene. Sus ojos se abren, cayendo en la realidad. Él no es así. ¿Por qué hizo esto? ¿Le hizo daño? ¿Es solo un miedo irracional? ¿Pero por qué es tan difícil? ¿Otra vez se equivocó?

El emperador se vuelve hacia la mujer con una expresión lamentable en sus ojos. Suelta la mano, liberándola de su agarre tenso, como si tratara de deshacer el error.

—Yo lo sien...

Los cinco dedos de Milennia golpean el rostro del hombre. Incluso las criaturas nocturnas que admiran la escena de los amantes, sienten un fuerte dolor en el corazón. El silencio entre ambos es extenso; él no se atreve a mirarla y ella está furiosa.

Pero si las palabras no se dicen, las situaciones se prestan a confusión. El aroma de la sangre se fusiona con las flores; el rojo de la mano derecha deja una marca en el rostro pálido de Darius. Luego de un momento, la Santa lo comprende.

Todo fue producto de su imaginación.

Al ver su palma cubierta de sangre por la herida anterior y la falda manchada con ella, no hay mucho que analizar.

La semilla que quería germinar en tierra árida se seca.

No llueve esa noche; el pasto está seco y el río fluye con tranquilidad por su cauce. Una capa de rocío ilumina los ojos de la mujer. Toma la pieza que había creado y la admira con decepción.

—No vuelvas a acercarte a mí, a menos que sea necesario.

Con el rostro hacia abajo, comienza a cargar de energía el brazalete; al finalizar, lo apoya en el pecho del emperador.

—No se preocupe, no intentaba hacerme daño. —Eleva la mirada hacia él y sonríe con amargura—. Solo hay un final, no se lo arrebataré de las manos.

En ese instante, ambos se dan cuenta de que no hay vuelta atrás. Desde el día en que se conocieron, una brecha impenetrable se había formado. Los labios se cerraron, sellando cualquier posibilidad de conexión entre ellos y la confianza es inexistente.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora