Capítulo 29: El dolor se comparte

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El amor es la falsa ilusión del inocente, del desfavorecido y del decadente de mente.

La metamorfosis es el único idioma del afecto humano, debes ser perfecta, moldeable, y adaptable para tu amante. Tus sueños, como luciérnagas que perecen, deben quedar en el olvido. Abandonar logros en un rincón oscuro del pasado, sentarse y sonreír hacia el futuro con sumisión.

Asiente en silencio, sé obediente, despliega la amabilidad sin recurrir a palabras vulgares. Esconde tu cabello, resguarda tus piernas, tu autenticidad es una amenaza para la moralidad.

No te conviertas en la serpiente que contamina los deseos de otros hombres.

No bailes, no cantes, no te permitas ser feliz. Esta es la forma verdadera del amor. Abrázalo y acéptalo, si no te abandonara.

Asume la crudeza de la verdad, las rosas deshojadas no emanan fragancia y el "felices por siempre" se desvanece como un suspiro efímero. Esta es la realidad, el corcel blanco es solo un espejismo, un cuento no contado por la vida.

Nadie se sacrificará por ti.

Nadie te salvará.

Nadie te amara por cómo eres.

Sé buena, si no deseas que la soledad se apodere de tu corazón.

La voz susurrante y andrógina se detiene. El sonido persistente de las gotas que caen del grifo despierta a la mujer del sueño profundo.

El cuerpo, aún aletargado, responde despacio al llamado del agua. Entre parpadeos se encuentra con una visión borrosa. El entorno se revela gradualmente ante ella, mientras lucha por despejar la mente. «¿Dónde estoy?, ¿qué paso? », un dolor agudo retumba en la cabeza e intenta enfocar la vista vidriosa.

—¿Qué estoy...? —El sabor a óxido y la agonía de la mandíbula detienen sus palabras.

Un golpe sobre la puerta la asusta, pero los gritos de un hombre hacen recorrer un sudor frío por la columna vertebral.

—¡Hija de puta! ¡Abrí la puerta ya!

La voz era fuerte, llena de ira, mueve la perrilla mientras continúa con los mismos insultos. El cuerpo de la mujer, apoyado sobre un lavamanos, comienza a vibrar. Se agarra del cabello, no puede dejar de temblar. «No es cierto, no es cierto, no es cierto». Los dedos desnudos se retuercen y friccionan el cerámico, ella se mese en el auto consuelo e intenta reír. «Yo no... no».

El hombre no se detiene, patea, golpea, grita con veneno, con desprecio.

—¡Te dije que abras! ¡Mierda!

Las pupilas color miel se contraen, pierden cualquier rastro de brillo. Se muerde los labios heridos e intenta levantarse. Ante el movimiento, el dolor punzante de la costilla se torna agobiante. Como puede, se agarra del lavabo, y todo cae como piezas de dominó.

Está en un baño, no cualquier baño. Era su viejo baño, cierto, no era de ella, era de él, porque todo en ese lugar le pertenece a ese hombre.

—¡La puta que té parió mujer! ¡Me estás agotando la paciencia!

Era ese día, uno de tantos. Mira el reflejo en el espejo, y sí, era ella. Esa mujer lamentable con el pelo revuelto y el rostro magullado.

La cabeza le da vueltas.

—¡Te juro por dios, pedazo de zorra que te voy a matar! ¡ABRÍ YA!

El estómago se revuelve, y la garganta arde. El pecho sube y baja sin control, y ambas manos se aferran al borde del lavabo buscando estabilidad. Demasiadas emociones la atraviesan, ni siquiera puede llorar con desenfreno. Un solo ojo servía, el otro está hinchado, al punto de no responder. Los golpes e insultos no cesan, se acrecientan en su veneno y fuerza.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora