Capítulo 32: Hasta que la magia deje de fluir... (Parte 2)

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La mirada del emperador se eleva hacia el firmamento nocturno, donde destellos mágicos iluminan la oscuridad como estrellas fugaces en un baile agonizante. A mil metros de distancia, aquellos que se esfuerzan por detener la creciente horda de renacidos se mantienen firmes en su cometido.

Las flechas silban a través del aire, mientras el viento lleva consigo el nauseabundo aroma de la carne podrida consumida por el fuego.

Darius gira hacia sus hombres con determinación labrada en cada línea de su rostro. Las palabras de su padre inundan su pecho, aquellas a las que se aferra para ser el hombre que debe ser.

"Un líder debe ser capaz de apartar su corazón, calmar la mente, desenvainar la espada y cuidar de su gente".

En ese momento, con tan solo ocho años comprendió la carga que cierne sobre un solo hombre.

"Perder a cientos de hermanos guerreros es inevitable, porque uno debe sacrificar algo, si es necesario perder su humanidad en el camino, por el bien de aquellos que no pueden luchar por sí mismos".

Esas palabras resuenan con la solemnidad de quien ha visto demasiado y aún así se niega a flaquear; era ese el padre que atesoraba y el anhelo del hombre que quería ser.

"Eso es un general, un líder, un emperador".

Desde sus catorce años, carga sobre los hombros el peso del sacrificio, el olor a sangre y la triste sinfonía de los lamentos de los hermanos caídos.

Quizás, en la penumbra de esta noche, bajo el manto estrellado del cielo, hoy logre salvar a todos.

Los treinta y cuatro caballeros se encuentran en formación, con las espadas desenvainadas y preparadas para la batalla. En sus rostros las miradas resueltas reflejan la lealtad que profesan hacia su líder y la firme voluntad de proteger el Imperio a cualquier costo.

Darius alza la mano, imponiendo silencio a cualquier murmullo que pudiera persistir entre ellos. La voz resuena con firmeza, cortando el aire con sus palabras.

—Caballeros de Obsidian, la oscuridad que se cierne sobre nosotros no es solo la de la noche. Una horda de renacidos se aproxima, una amenaza que solo nosotros podemos enfrentar.

La mirada del emperador resplandece con fuerza, reflejando la firme resolución que arde en su ser.

—Hoy, en este claro, protegeremos a nuestro Imperio contra la sombra que se avecina. ¡Por la sangre que corre en nuestras venas y por la tierra que amamos, cargaremos contra la oscuridad y la enfrentaremos con la luz de nuestras espadas!

Los caballeros responden alzando simultáneamente sus espadas en un grito conjunto que resuena. Las manos se aferran con firmeza a las empuñaduras, listos para afrontar el desafío que se aproxima.

A lo lejos, se escuchan los susurros siniestros de los cadáveres que se acercan.

Con un gesto sereno, Darius activa el escudo protector imbuido en su cimitarra. Alimentado por el alma del emperador, brilla con una intensidad deslumbrante, desatando un resplandor dorado que envuelve su figura en un manto de luz.

Los hombres que lo rodean observan con asombro y respeto mientras el hombre avanza hacia el enemigo con pasos firmes. Detrás de él, los guerreros le siguen de cerca en una formación disciplinada.

Los dos hechiceros están haciendo un buen trabajo, algunos remanentes llegan hacia el emperador. Pero no tienen la oportunidad de arañar el escudo protector. Las piernas del emperador son largas y fuertes, de una patada golpea el pecho huesudo, la suela de la bota se clava con fuerza, en dos movimientos el cráneo es cortado con una cruz.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora