Capítulo 31: Hasta que la magia deje de fluir... (Parte 1)

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Las personas procesan las emociones de manera diversa; lo que puede generar odio en algunas, provoca dolor en otras. La postura del emperador es recta, pero en su interior reina el caos. Sentimientos de inseguridad, frustración y el temor de no poder proteger a lo amado invaden su corazón. Aunque su mente intenta mermar estas emociones fluctuantes, solo han pasado unas pocas horas.

El desconocimiento suele convertirse en un veneno que consume los pensamientos. La búsqueda del entendimiento incrementa las voces de las hipótesis. Darius no es ajeno al desconcierto, ahogándose en los ¿Por qué? ¿Cómo? mientras intenta dar forma a los interrogantes. Quiere comprender aunque sea un poco, pero no es el momento adecuado. Las voces en su cabeza callan, despejando las nubes de sus ojos.

Mantiene la mente objetiva.

Los oráculos del sur advirtieron que la Santa Milennia es falsa. Si es así, no debe disponer de este receptáculo. Exponer a una impostora a los renacidos resulta contraproducente. Solo debe superar este momento y, tal vez, después hablar con ella.

Intentó hacerlo la noche anterior, pero como de costumbre solo discutieron. Ahora lo comprende, uno debe ceder, y ese debe ser él, porque necesita entender... necesita decir... necesita...

—¿Mi señor? —pregunta Maurice, con una expresión notable de preocupación.

Darius se había perdido por un momento, pero los hombres aguardan las órdenes del emperador.

—Yo... —Presiona el pomo de la cimitarra y eleva la mirada hacia el joven consejero—. Vamos.

Todos están expectantes; la grieta se presenta como una puerta que conecta con otro lugar. ¿Hacia dónde? Eso es algo que solo Numero Uno y Sin Nombre conocen. Si lo que emerge de ese sitio son los renacidos anunciados, la elección más sensata es esperar en el terreno llano a que hagan su aparición. Adentrarse en el denso bosque solo sería entregarse como ofrenda al inframundo.

Los treinta caballeros del sur forman una V, semejando una parvada de aves plateadas que reflejan la luz lunar. Desafortunadamente, algunos de estos hombres no lograron cubrir completamente sus cuerpos. La mordida de un renacido es espantosa, aunque solo por un instante, el dolor cesa cuando terminan de devorar a su presa. Entretenidos, observan al alquimista agotado, sumergido en la conexión con el todo, esperando el cambio de situación de este portal.

A su vez, admiran el alma del león imperial de Obsidian, así denominan a la cimitarra de Darius. Ella ya ha enfrentado a varios renacidos; con apenas dos movimientos en el cráneo, el cadáver se convierte en abono para la tierra. Sin embargo, esto se debe a que es un arma mágica; los caballeros no gozan de tanta suerte. Deben dedicar sudor y sangre para destruir esos huesos tan duros como el hierro.

Los cuatro hombres que acompañaron al emperador intentan calmar a estos inexpertos sureños, ya que ellos han compartido el fuego de la muerte junto a su emperador. Relatan las grandes hazañas de Darius y Philip, describiendo el fulgor dorado de la cimitarra y el chispeante púrpura de Ori y Gia. Con entusiasmo, narran cómo estos dos hombres vencieron a grandes grupos de renacidos años atrás, luchando espalda con espalda, hombro con hombro, como verdaderos hermanos de guerra.

Los caballeros voltean hacia atrás con desagrado. ¿Por qué el joven está de niñero? Los rostros de esos hombres están azules. "¿Quién trae a una mujer? ¡Solo son unas piernas inútiles! ¡Ahora pueden morir! ¡Todo por culpa de esa mujer débil e insignificante!"

El sentimiento iracundo del desprecio es compartido por esos treinta caballeros.

Están jodidos.

Las cejas de Enoc se tensan, el sudor cae desde la frente hacia la barbilla, y la humedad adhiere la túnica púrpura a la musculatura del alquimista. La respiración se torna jadeante, y una opresión se aferra al abdomen.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora