Capítulo 34: Hasta que la magia deje de fluir...(Parte 4)

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La mujer está envuelta en un manto opresivo, saturada con el aroma penetrante de la sangre derramada. Un perfume metálico que impregna cada bocanada de aire, mezclándose con la tierra revuelta y los restos de vegetación pisoteada.

Las flores que una vez adornaron la vegetación lloran por los estragos de la batalla. La misma tierra gime bajo el peso de la tragedia, susurros de dolor que se elevan con cada movimiento de la brisa nocturna. El miedo flota en el ambiente, recordando a todos la naturaleza efímera y frágil de la existencia.

Milennia lucha por concentrarse en el acto de traspasar energía a Enoc. Cierra los ojos con fuerza, tratando de aislarse del caos que la rodea. Aunque el empeño es evidente, no logra concentrarse por completo. La inquietud estremece su corazón.

Conforme la energía fluye hacia el alquimista, la respiración de él se vuelve regular. Ella puede sentir el pulso de la vida regresando gradualmente al cuerpo.

La Santa suelta un suspiro de alivio al ver que regresa de la inconsciencia. Sin embargo, no hay tiempo para celebraciones. Antes de que pueda terminar de abrir los ojos, ella lo zamarrea... suavemente.

—¡Despierta! ¡Despierta! ¡Rápido! ¡Ya!

Enoc parpadea varias veces e intenta enfocar la vista.

—¿Qué... qué está pasando? —murmura, todavía aturdido.

Una sonrisa débil juega en los labios de la mujer, aun así, los ojos llorosos reflejan la gravedad de la situación. Es evidente que el tiempo requerido para recuperar un poco al alquimista fue más de lo que había calculado.

—Ahora no es momento para explicaciones —responde mientras limpia la humedad de los ojos con el antebrazo—. Maurice está herido, por favor ayúdalo y cuando él pueda levantarse necesito que vayan a ver si hay alguien que puedan salvar.

Antes de que pueda asentir, Milennia traza un patrón y se dispone a volar hacia donde se encuentran los demás.

Antes de que pueda asentir, Milennia traza un patrón y se dispone a volar hacia donde se encuentran los demás

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Sobre la espalda de Setenta y siete caen cien flechas eléctricas. Todas impactan en el centro de la espalda; el dolor en la carne se expande como un fuego ardiente que consume todo el cuerpo. La rubia experimenta una mezcla de sorpresa, disgusto, ira e incredulidad.

Al girarse, nota la expresión llena de odio de Milennia. 

Ella llega a tiempo para presenciar cuando cae el brazo de Philip, dejando a Darius aturdido a un lado del joven que se ha desplomado en el suelo. El rostro del adolescente, antes imponente, está ahora pálido; una mezcla de dolor e incredulidad se refleja en sus ojos.

El emperador se tambalea hacia atrás, incapaz de procesar lo que acaba de suceder. Aturdido, no sabe cómo reaccionar; las manos le tiemblan y la mirada apagada parece haberse perdido en algún oscuro rincón de su mente.

Justo antes de que Milennia toque el suelo, Setenta y siete la aparta con un veloz movimiento del látigo. Al activar un escudo, el impacto la desplaza unos metros hacia atrás. La rubia aprovecha la situación, con la punta de la fusta golpea la frente del adolescente dejándolo inconsciente. Luego, de manera serpenteante, envuelve al emperador y lo atrae hacia ella.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora