Capítulo 36: Y vivieron felices por siempre...

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En la región del sur, el aire se impregna de orgullo y satisfacción. Las noticias, como aves veloces, han esparcido la victoria del emperador, aunque muchos no hayan sido testigos directos de su regreso triunfal; sin embargo, el mero eco de tal acontecimiento llena los corazones de emoción.

Con la frente en alto, una señorita de majestuosa elegancia se entrelaza en una animada conversación con otra dama de igual estatus. Sus pasos las llevan con gracia hacia una elegante reunión de té.

—Esos cerdos asquerosos del norte deben estar revolcándose en sus propias eses de la vergüenza.

—Oh, por supuesto, embarrar a nuestro querido templo, malditos desvergonzados, que Elysiam los pudra en el infierno.

—Si no hubiera sido por nuestra pitonisa... ¿qué mal hubiera caído en nuestras tierras?

—No quiero ni imaginármelo, ¡que Elysiam nos proteja! De seguir confiando en la asquerosa gente del norte estaríamos en problemas.

Abanicándose con delicadeza, se aproxima a la señorita que la acompaña.

—Dicen que las Santas son las rameras de los viejos sacerdotes.

Al escucharla reacciona de inmediato: se tapa la boca con la mano, ocultando una risilla traviesa.

—Qué asco... Dios mío, ¿acaso una de esas no está en la mansión del General?

—Sí, y vive con el emperador hace un mes. —Cierra el abanico con enojo—. Será que esa zorra quiere meterse entre las piernas de nuestro señor.

—Vamos querida, el emperador no caería tan bajo.

Como moscas ávidas, lamiendo la fruta dulce y jugosa, las nuevas noticias deleitan a la alta sociedad de la región del sur.

A diferencia de los familiares de los caballeros que solo reciben una placa tallada sin nombre y un informe sin cuerpo. Esas noticias amargas para los plebeyos se mantienen en un lamentable silencio.

No es que a Javier no le interesen los asuntos de sus inferiores, pero se encuentra ultimando los detalles del gran evento en la región. Todos los años se realiza en su máximo esplendor la celebración del solsticio de verano. Es la única oportunidad donde el lazo familiar con Darius puede ser útil para afianzar su poder.

El gran salón está en preparación, los pies de los sirvientes se mueven con agilidad, el bullicio se mantiene con las órdenes constantes de lograr representar la exquisitez de la extravagancia. El ánimo es festivo, el verano marca el tiempo de cosecha, recordando que de las cuatro regiones la mejor administrada es la de Pillon.

Javier esta con un invitado no deseado, a su pesar debe tolerarlo un poco más. Vierte el te preparado para ambos, pero Número Uno lo mira con desprecio en sus ojos.

—¿Por qué haces perder mi tiempo?

El General se acomoda en el asiento y sonríe.

—Solo quería ser cortes.

—Sin Nombre me envió para decirte que se encuentra complacido, la situación dio los resultados esperados.

—Gracias, me alegra saber que eh cumplido con las expectativas.

—De momento.

Javier lo observa en silencio mientras sorbe con calma un poco de té. Después de este breve momento, responde:

—Nos encontramos al borde de un gran acontecimiento, y quiero asegurarles que no dejo nada a medias. Pueden estar tranquilos.

—Cuando la situación se desarrolle, una persona se identificara como Número Dieciséis. En ese momento, debes facilitarle todo lo que solicite; a cambio, no interferirá. —Desliza la taza que no había sido tocada—. Te advierto, no vuelvas a intentar esta idiotez. El día que mi rostro se revele ante ti, será porque te mataré.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora