Capítulo 38: Vulnerable (Parte 2)

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Enamorarse vuelve a uno vulnerable, y esa debilidad es aprovechada por otros, transformándolo en la peor versión de sí mismo. Con los escudos bajos, las puertas se abren a algo demasiado profundo. Entonces, escarban, clavan y rasguñan, buscando la tolerancia y explorando los límites.

La inseguridad e indecisión se apoderan de él; el miedo invade sus pensamientos y descubre ese lugar tan frío donde está solo. El amor se torna cruel; las personas juegan con las emociones. Una lucha unilateral, porque siempre hay uno que se deja lastimar, que se apaga, que cambia, que desea mejorar, esperando quizás ser lo que la persona amada desea ver.

Entonces, cuando comprende que salir de ese lugar es necesario, se pregunta: ¿vale la pena enamorarse?

No, no lo vale.

Aunque pensaba que su corazón era como una piedra, al final, todavía era humana, todavía podía confundirse.

Con una mano acaricia el borde de la barandilla, bajo la luz lunar intenta calmar sentimientos innecesarios. Mira la copa de vino recién vaciada y suspira.

No quería volver hacia el salón, solo deseaba estar sola, alejarse de todas esas voces y miradas desagradables.

¿Por qué la mente debe ir más allá de lo que uno necesita?

Está bien como está, ella lo sabe, no puede cometer errores pasados. Ni esperar algo de lo que es solo una ilusión momentánea.

Una mirada tierna y profunda, un cálido contacto y una sonrisa afectiva, todo ello solo podía ser una falsa visión ocasionada por el vino.

¿Estaba atravesando alguna crisis hormonal?

—¡Eso es! ¡Maldita abstinencia! —dice rechinando los dientes con fastidio.

Ahora todo cobra lógica, claro, solo es una respuesta fisiológica. Resulta evidente que el hombre es agradable a la vista, y no hay nada que un poco de determinación no pueda solucionar. Solo necesita darse un baño de agua helada y recordar la personalidad del sujeto. Con solo eso, puede eliminar cualquier tipo de fantasía absurda.

Autojustificándose, la situación no resulta tan compleja, nada que la fuerza de voluntad no pueda evitar.

Lamentablemente, la puerta del balcón se abre y el hombre en cuestión se acerca con una copa en la mano.

Milennia se sorprende al ver esa sonrisa encantadora.

Él acorta la distancia que los separa y frente a ella, inclina un poco el rostro, con la voz susurrante y profunda habla:

—La estoy buscando.

La luz de la noche resalta los contornos de su rostro, provocando que sus ojos de tono cenizo brillen de manera cautivadora, resultando irresistible no detenerse a contemplarlos. En ese instante, Milennia recuerda que se trata de Darius y frunce el ceño con disgusto.

—Bueno, ya me encontró —responde con frialdad, volviendo la mirada hacia adelante, enfocándose en cualquier cosa medianamente interesante—. Si necesita decir algo, solo hágalo; de lo contrario, preferiría volver a mi agradable soledad.

Pero el emperador tiene claras dos cosas: hay algo que quiere decir y, si la oportunidad se presenta, también algo por hacer.

Los cinco dedos largos y blanquecinos acarician el cabello de la mujer, acomodando un pequeño mechón detrás de la oreja.

Observa con detenimiento las líneas que trazan su semblante, apreciando los sutiles detalles que solo la corta distancia le permite disfrutar. Desde el lunar en el lóbulo de la oreja hasta aquel aún más diminuto que adorna el delgado cuello es acariciado con delicadeza.

La santa debe morir// En Corrección Donde viven las historias. Descúbrelo ahora