50.FÉ

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AFRODITA

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AFRODITA

—Estate quieto—reprendo al chucho que está muy activo.

Se levantó a las puñeteras cinco de la mañana y no ha parado de ladrar, aunque yo estaba despierta mirando un partido de la NBA, el chucho no paró hasta las siete que fue cuando salí a correr, obviamente iba a dejarlo en el departamento encerrado pero empezó a lloriquear y para que no moleste a los vecinos me lo llevé conmigo.

Cuando salimos no paró de corretear por todas las calles de Cobham hasta que llegamos a la colina donde siempre corro sola. Todo estaba lleno de barro y ¡oh, sorpresa! el puto perro se llenó hasta las orejas.

Al volver al edificio, Mickey ya estaba en su puesto que en vez de ayudarme empezó a reírse en mi cara. Cansada y enfadada, subí con el chucho entre mis brazos y lo duché antes de ducharme yo.

Y ahora, aquí estamos. Como hoy Irina tiene un examen, no podía venir por lo que no puede cuidar del perro, por eso está aquí conmigo.

Ladrando y siendo adorable. Eso según Adelina.

Adorable, mis huevos.

Como haga algo, lo tiro por la ventana o dejo que el cortacésped le pase por delante.

Ni 24 horas y ya me tiene hastiada.

Justo al entrar a mi oficina lo tiro al suelo y como un trapero corretea hasta que se estampa con algo. Subo mi mirada y ruedo los ojos al ver quien es.

Una no grata persona chismeando entre mis cosas.

Por dios ¿dónde ha quedado mi suerte?

—¿Qué haces aquí?—pregunto haciendo que de un pequeño respingo.

Maya se gira y me mira de arriba a abajo. Luego su mirada pasa a la bola de pelo que intenta sacarle los colmillos. Colmillos que no tiene.

Suspiro y con mi pie lo echo a un lado.

Maya alza las cejas sorprendida.

—¿Tienes un perro?—pregunta mirándome otra vez de arriba a abajo.

Ya me da igual que me mire como lo hace, a mi me sudan sus criterios de vestimenta.

Trabajo en un equipo de fútbol, trabajo dentro del campo, hay césped, hace frío, llueve y hay barro. No voy a venir vestida de gala para que la muchacha no me dedique esas miradas condescendientes.

Y además, soy mejor que ella en absolutamente todo. No me va a menospreciar ella, persona que por sí sola no es nada.

—Sí. ¿Algún problema?

—Ya se lo diré a quien tenga que decírselo. Ahora no.

—¡Oh, gracias!—digo irónicamente pero no tiene cerebro por lo que no entiende el tono y...

Un amor a medidaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora