Capítulo 5

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—¿Qué se supone que estás haciendo, Nancy?

La chica brincó del susto al ver a su abuela detrás de ella, mirándola con curiosidad. En vista de que los comensales ya estaban llegando y ella no estaba en su lugar tomando las ordenes, tuvo que salir de la cocina para buscarla. Pero no esperaba encontrarla en el baño, pintando sus labios como si fuese a salir a modelar y no a trabajar.

—Yo…

—¿Acaso no vas a ayudarme hoy? —volvió a preguntar, mirando ahora su vestimenta—. No me digas que no puedes, porque hoy estamos solas.

—Por supuesto que voy a ayudarte, abuela. Solo que… bueno, me estaba peinando un poco. No quiero dar una mala impresión a los clientes, ya sabes.   

Su abuela frunció el ceño al escuchar a su nieta, ella más que nadie sabía que Nancy no era una de esas chicas que le preocupara lo que dijeran de su apariencia. Solía arreglarse muy bien en algunas ocasiones, pero nunca lo había hecho en exceso mientras trabajaba en el restaurante.

—¿Tienes una cita con algún chico?

La chica abrió los ojos de par en par tras la pregunta tan directa de su abuela, más cuando la miraba con suspicacia. Sus mejillas se tiñeron de rojo al verse al descubierto. Aunque no fuera a salir con él, sí quería verse más bonita y presentable.

—¿Qué dices, abuela? Por supuesto que no —negó con rapidez—. ¿Acaso ya no puedo ponerme un vestido? Sabes que a veces me gusta vestirme bonito y hoy es uno de esos días. Es todo.

La mujer mayor quería hacer todo un interrogatorio, pero sabiendo que estaba a contrarreloj, apuró a su nieta para atender los comensales. Después, en la comodidad y el calor de su casa, podría preguntarle todo lo que en ese momento la estaba intrigando y ahí no tendría escapatoria alguna.

Nancy atendía como de costumbre, con una dulce sonrisa en los labios y su habitual gentileza. Por dentro su corazón latía ansioso y se vio en más de una ocasión mirando hacia la entrada del restaurante, esperando que Mason hiciera acto de presencia. Era un manojo de nervios y su corazón sufría de golpeteos violentos.

Debía calmarse o podría hacer un desastre total mientras llevaba la comida a sus respectivas mesas.

Recordó la conversación que tuvo el día anterior con Carla y se preguntó si era posible que un hombre tan atractivo se fijara en ella. Nancy no se consideraba una mujer fea, todo lo contrario, siempre que se veía al espejo le gustaba lo que su imagen reflejaba.

Era una chica demasiado sencilla, agradable y sonriente. Su sonrisa era preciosa y los hoyuelos que marcaban sus mejillas la acentuaba aún más. Su carisma la hacía una buena persona. Pero debía admitir que a veces salía a flote esa parte vanidosa de toda persona, queriendo lucir lo mejor posible y hermosa.

Los comensales empezaron a ser menos y el desánimo en su mirada se hizo presente. ¿Qué esperaba? ¿Por qué se había ilusionado de que vendría?

Se sintió tonta por un momento, por ilusionarse y por creer en lo que Carla le había dicho. Arrancó de su cabeza al hombre y se dedicó al trabajo. No necesitaba distracciones de ningún tipo, mucho menos de ese, que la hacía pensar y dudar de sí misma.

—¿He llegado a buena hora? —escuchó a su espalda y quedó rígida mientras su corazón se aceleraba.

Se dio vuelta y el hombre frente a sí le regaló una sonrisa tan encantadora que la hizo olvidar de todo. Su corazón latía como un loco y sus manos empezaron a sudar. Sentía que el aire le hacía falta.

—Sí, todavía es buena hora —respondió en un hilo de voz, avergonzada, tímida—. Toma lugar, por favor. En un momento te atenderé.

—De acuerdo.

Cuando Vuelvas Conmigo[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora