Capítulo 43: Carla y Roque

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Por la cabeza de la rubia pasaban mil cosas, unas más malas que otras, sin sentido alguno y que hacían que su corazón crepitara con fuerza. Trataba de reunir la fuerza suficiente para estar cara a cara de Roque después de tanto tiempo sin verlo. Aun podía recordar las últimas palabras que le dijo antes de marcharse, sembrando una ilusión que jamás pensó sentir en su interior. 

Debía admitir que al principio todo era diversión. Saldrían juntos un par de veces, la pasarían bien y cada uno se iría a su casa cuando todo acabara. Pero el tiempo empezó a pasar con lentitud entre cada encuentro y los sentimientos se involucraron irremediablemente entre ellos. No culpaba a su corazón por haberse enamorado, pues todo había sido mágico y casi perfecto hasta el momento en que tuvo que marcharse a una guerra. 

Pensó que lo soportaría. Era una chica fuerte y optimista, pero en el silencio y la soledad de su habitación se permitía romperse, temer y llorar su ausencia. Cada noche se rompía en mil pedazos y se lamentaba tanto amar de esa manera tan intensa, que la sola idea de que ese hombre que la hechizó no estuviera en su vida, era aún peor para su frágil corazón.

Lo amaba y lo esperaría todo el tiempo del mundo hasta que volviera. 

Por eso, cuando vio a Mason, su corazón latió de miedo y dolor. Imaginaba lo peor, que había resultado gravemente herido y por eso no había ido con ella como se lo había prometido antes de marchar. 

Se tragó el nudo que sentía en su garganta, pero ese sentimiento no mermó ni un poco. Entregó la dirección del Hospital Militar al taxista y se sentó en silencio, observando las calles de New York llena de contradicciones. Nunca había estado en aquella ciudad y debía admitir que el encanto y la magia se perdía cuando solo podía ver gris y pensar en Roque. Quería conocerla e ir a aquellos turísticos emblemáticos, pero ella iba al otro lado del estado, con el corazón acelerado y el miedo a flor de piel. 

—No está bien, ha pasado por mucho, pero estoy seguro de que verte le ayudará a sentirse mejor. Aunque puede que intente echarte de su vida como lo hizo conmigo.


Recordó las palabras de Mason y un suspiro escapó de sus labios. ¿Qué tan mal podría estar? ¿Qué fue lo que ocurrió con exactitud? En ese momento que su amigo le dijo le dio pánico preguntarle, además que le urgía ver a Roque con suma urgencia para comprar su estado. 

 No sabía si estaba preparada para lo que tuviese que enfrentarse, pero jamás daría un paso al costado. Lucharía hasta que las fuerzas se agotaran y ella era una chica bastante competitiva. 

—Hemos llegado, señorita —la voz del taxista la sacó de sus pensamientos, por lo que miró las calles a su alrededor con el ceño fruncido—. Llegamos —repitió. 

—Creo que se equivocó, señor.

—Por supuesto que no —el hombre tenía poca paciencia—. La dirección que medio nos trajo aquí. 

—Pero venía al Hospital Militar, no a un hotel...

El hombre soltó un suspiro exasperado y tecleó la dirección en el GPS, esperando fastidiado que la localización diera justo donde estaban.

—No me equivoqué. Soy muy viejo y tengo bastante experiencia para llegar a equivocarme —dijo, hastiado y molesto, mostrándole a la joven la pantalla—. ¿Ahora lo cree? 

Carla no dijo palabra alguna, pues el señor tenía razón y discutir por su grosería era una pérdida de tiempo. Bajó del taxi y contempló el hotel que estaba delante de sí. Era hermoso y parecía tan elegante y costoso que pensó que de verdad el taxista se había equivocado y se había confundido.

Resopló molesta, no tenía tiempo para ese tipo de equivocaciones. Sacó el teléfono de su bolso y llamó a Nancy. Necesitaba salir de la duda. 

—Hola —respondió su amiga—. ¿Cómo está todo? 

—¿Me podrías a pasar a tu adorado novio-prometido? 

Nancy se quedó sin palabras, tratando de entender el pedido de su amiga. 

—Al parecer hay una confusión y no estoy de humor para buscar por todo New York a Roque. 

La rubia tenía temperamento fuerte, así que su amiga sin más le pasó el teléfono a Mason. Después tendría tiempo para hablar con ella y explicarle lo que estaba sucediendo con más calma y cuando no estuviera enojada.  

—Llegué al supuesto Hospital Militar, pero en lugar de eso, me encuentro parada frente a un hotel. Mira, Mason, no estoy para juegos...

—Yo solo te di el mensaje que Roque me pidió que te dijera. No es mi culpa, es de él —sonaba serio, pero sonreía divertido—, Mátalo a mi nombre también, por usarme y hacerme decir mentiras. Ahora debo irme, mi mujer y mi hijo me necesitan. Hasta pronto. 

Carla maldijo en voz alta y trató de serenarse antes de decirse en llamarlo directamente. ¿Cómo no se le ocurrió antes? Pero estaba tan preocupada que nada inteligente ni sensato pasó por su cabeza. 

¿Qué clase de juego había montado ese idiota que quería y la irritaba a iguales proporciones? Sin duda alguna lo mataría cuando lo tuviera frente a ella. ¿Cómo era posible que la hiciera preocupar de esa manera tan cruel? Solo a él se le ocurría bromear en una situación tan difícil y complicada como esa.

Estaba a punto de llamarlo, cuando dos manos tibias y familiares cubrieron sus ojos. El olor, el calor y la sola presencia del hombre que estaba detrás de ella hizo que su molestia se esfumara en cuestión de segundos. No había procesado todavía las palabras de Mason y hasta que no lo viera con sus propios ojos, no dejaría de sentir preocupación y miedo. 

Su corazón estalló en su pecho y las lágrimas humedecieron las manos de Roque, apretando su pecho y sintiéndose un poco culpable por decirle una mentira de tal magnitud. Quizás no debía bromear de esa manera, pero no sabía cómo más dar una sorpresa. 

—Eres un... —su voz se cortó y rápidamente la giró en sus brazos, estrechándola con fuerza y al fin respirando con paz—. Dios mío, estás aquí. 

—¿Creías que no iba a cumplir con mi promesa, preciosura? No me conoces. Si me dices que te baje las estrellas, sabes que no podré hacerlo por cuestiones de lógica, pero sí que te las puedo hacer ver. 

—¡Idiota! —lo golpeó, mirándolo a sus juguetones y chispeantes ojos—. ¿Cómo te atreves a jugar conmigo? ¿Tienes alguna idea de lo que pensé, de lo que sufrí?

—Más que heridas leves, estoy bien, mi amor —la tranquilizó al verla llorar con tanta fuerza y sentimiento—. Creo que debí pensar mejor en mi sorpresa. 

—Eres pésimo dando sorpresas. 

—Eso queda bastante comprobado —le sonrió, apretando su cuerpo al suyo y descansando su frente de la de ella—. No me mataron las balas, pero estar lejos de ti y pensarte día y noche, estaba acabando conmigo muy lentamente. Te extrañé. 

—Y yo a ti, mi amor —rodeó sus brazos en su cuello y lo besó, desatando el fuego contenido de sus pieles—. Joder, quiero matarte por lo que me hiciste sufrir, pero a la vez quiero que estés a mi lado para siempre. 

—Siempre es una palabra muy grande —susurró contra su boca, apretando su trasero sin importar que otras personas los estuvieran viendo—. Aun así, para siempre me quedaré a tu lado, mi hermosa princesa. 


Cuando Vuelvas Conmigo[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora