—¿Cómo has estado? —le inquirió la mujer de mediana edad a la chica, mientras tomaban juntas una taza de café y comían algunos panecillos de queso.
Nancy miró su taza de café por largo rato sin decir ni una sola palabra. Desde hacía unos meses se había convertido en una chica de pocas palabras y mirada ausente.
No se encontraba nada bien si era completamente honesta, pero no le iba a decir a la madre de su novio que estaba mal y que sentía morir de una manera muy lenta y agónica. Así que fingió una sonrisa que la mujer supo interpretar de inmediato y la miró a los ojos,
—He estado muy bien —respondió finalmente—. ¿Cómo están las cosas en la granja? Lamento no haber podido venir antes a visitarlas, pero había tenido mucho trabajo en la universidad y en el restaurante.
—No te preocupes, entiendo a la perfección que tienes tus cosas que hacer en casa. Nosotras estamos bien, aunque ya sabes... —la tomó de la mano y el corazón de Nancy se arrugó—. Nos hace falta Mason, al menos saber que se encuentra con bien.
—¿Aun no se ha comunicado? —inquirió en voz baja, haciendo un esfuerzo por no soltarse a llorar—. Ha pasado mucho tiempo.
—Demasiado, pero suele pasar cuando los soldados están en medio de una guerra. Pueden pasar muchos meses, incluso años sin saber nada de ellos.
Eso no alivianó a la joven, por el contrario, hizo que su corazón se quebrara en su pecho y esas lágrimas que tanto estaba reteniendo, salieran con fuerza.
Katherina se acercó a Nancy y la abrazó por los hombros. Como madre se sentía devastada, ya su corazón no podía aguantar tantas preocupaciones a la vez, pero no podía hacer más que rezar por la vida de su hijo y que su Dios lo trajera de vuelta a casa con bien. Como mujer entendía a la jovencita, ya que ella vivió en carne propia esos mismos escenarios con su esposo. Entendía el sufrir que había en su corazón y esa angustia que no permitía darle paz a su alma.
—¿Sabes? Si algo aprendí en todos los años que mi esposo estuvo en servicio, es que las malas noticias son las primeras en llegar. Puede que Mason haya hecho el intento de comunicarse, pero estando en un país en guerra hasta el más mínimo descuido puede costarle la vida a él y hasta sus mismos compañeros. Prefiero que no llame ni haga el intento, si con eso estará a salvo y no se expondrá al peligro —le sonrió con dulzura y acarició su cabello—. Come, no has probado ni un solo panecillo y tampoco has dado un sorbo a tu café.
La chica se limpió las lágrimas y le dio una sonrisa sincera a la mujer, antes de tomar el panecillo y darle un pequeño mordisco. Su suegra tenía razón, era mejor que Mason no llamara y no expusiera su vida. El corazón le dolía al no saber nada de él, pero tendría más paciencia y soportaría lo que más pudiese, aunque la desesperación por saber alguna noticia la matara con lentitud.
No tenía apetito, pero tampoco quería hacerle un desplante a la mujer. al tercer mordisco, sintió que su estómago se revolvía. Dejó el pan en el plato y cubrió su boca, cerrando los ojos con fuerza para mermar el malestar que sentía en su interior.
—¿Estás bien?
No pudo responder la pregunta, pues antes de que pudiera hablar, se levantó de la silla y corrió hasta el baño más cercano. Vomitó lo poco que había comido esa mañana y, aun así, sentía la necesidad de seguir vomitando. Los temblores en su cuerpo, el repentino mareo y las pocas fuerzas la dejaron vencida por unos instantes en el suelo del baño.
Se levantó cuando se sintió un poco mejor, pero el mareo y el malestar en su estómago persistía. Se acercó al lavabo y juagó su boca, así como se echó un poco de agua en su rostro. Sus manos seguían temblorosas.
—¿Está todo bien, Nancy? —inquirió la mujer entrando al baño, preocupada por la chica.
—Sí, ya estoy bien.
Hubo un corto silencio entre ellas que ninguna sabía cómo cortar.
—¿Es la primera vez que te sucede esto?
—¿Qué cosa? —Nancy frunció el ceño sin entender su pregunta.
—¿Habías vomitado antes?
—Oh —sonrió—. Sí, desde hace unos días empecé a sentirme mal, pero supongo que se debe al poco tiempo que tengo para descansar y comer correctamente.
—Debes cuidarte, Nancy —dijo, mirándola con fijeza e inquietud—. Eres una chica responsable con tus deberes, pero no debes dejarte de lado. Si no le prestas atención a ese extraño malestar, con el tiempo puede empeorar.
—Me cuidaré mejor —prometió, soltando un suspiro—. Me gustaría descansar un rato...
—Adelante, esa también es tu habitación.
—Gracias —susurró y salió del baño, dirigiéndose a la habitación de su novio.
El corazón se le aceleró cuando estuvo frente a la puerta y recordó los días que vivieron juntos. Durante tres meses se ha sentido abatida y sola, pero estar allí le resultaba reconfortante, quizá porque era el hogar del hombre, su familia o porque su olor estaba allí.
Entró a la habitación con una sensación de ahogo y aspiró el aroma de su perfume que aún seguía impregnado en el ambiente. Observó las paredes, llenas de condecoraciones, fotografías y algunos que otros trofeos y sonrió, sintiéndose orgullosa de tener un buen hombre a su lado.
Se acercó a la cómoda y sacó una de sus camisas. La llevó a su nariz y aspiró con fuerza, tratando de encontrar su aroma y calor en ella, pero no era lo mismo. Lo quería a él, apabullándola entre sus brazos y saqueando sus labios con esa pasión e intensidad que tanto lo caracterizaba. Necesitaba escuchar los latidos de su corazón al mismo son que los suyos, ver el brillo de su clara mirada y esa sonrisa que tanto la alteraba. Lo extrañaba y con el paso de los días crecía una necesidad incomprensible y que la sobrepasaba por él.
Se despejó de su ropa y se puso aquella camisa, abrazándose a la fina tela como si fuera el cuerpo de su novio y se metió bajo las sábanas, sintiendo un inmenso nudo en la garganta. Pensó que ir allí la ayudaría a extrañarlo menos, pero no fue así.
Aquella habitación guardaba momentos hermosos que habían vivido juntos y todos ellos la estaban atacando donde más le dolía. No sabía cuánto tiempo podría soportar la lejanía y el hecho de no saber nada de él. Pensar que así sería su vida de ahora en adelante la terminó de agobiar e hizo que su corazón se quebrara en cientos de pedazos.
No quería llorar, pero se sentía frustrada y que las emociones la superaban. Lloró abrazada a la almohada que conservaba el perfume varonil y seductor de su novio hasta que el sueño la venció y la sumergió en un mar de fantasías, donde la realidad era una muy distinta y ellos podían vivirse plenamente en los brazos del otro.
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Cuando Vuelvas Conmigo[✓]
RomansEl amor llega a la vida de Nancy cuando menos se lo esperaba, haciéndola vivir un sentimiento que jamás se imaginó que sería tan bonito, fuerte y real. Pero la realidad de una vida riesgosa y complicada hará que ese amor tan anhelado se convierta en...