Capítulo 40

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Meses después

—¿Puedo comer helado, tía Nan? —la pregunta de la pequeña Vicky trajo a la mujer a la realidad y le recordó el día en que conoció a Mason. 

—Por supuesto que sí —le sonrió con el corazón afligido ante el recuerdo—. ¿Qué sabor quieres? 

 —¡Chocolate!

Se levantaron de la banca del parque y caminaron por el sendero hasta llegar al semáforo. La mente y el corazón de Nancy se llenaba de recuerdos, de cuando Vicky se perdió de su vista y conoció la mirada más hermosa y atrayente que ha podido tener el gusto de admirar en su vida.

El tiempo había pasado tan rápido y ella sentía que no había disfrutado lo suficiente a su lado, que aún tenía mucho que darle, así como él entregarle. Pero su esperanza de que pudieran cumplir sus promesas moría con el paso de los días.  

Ahora, tiempo después y en diferentes circunstancias, se sentía tan sola como en aquel tiempo cuando sus caminos se cruzaron, caminando por un laberinto sin salida. Meses de incertidumbre, de dolor, de llanto, de soledad, de tristeza, de una agonía que la mataba lentamente.

El peso en sus hombros la había superado y la aplastaba con todas sus fuerzas hasta no permitirle respirar. No podía hacer más que seguir en modo automático por el pequeño que día a día se parecía más a su padre y provocaba un dolor tan agudo en su pecho y una felicidad enorme a iguales proporciones.

La bocina de un auto la hizo detener en seco y se dio cuenta de que estaba a punto de pasar la calle sin el semáforo haber cambiado. Su corazón se aceleró y se apresuró a sacar al bebé de su cochecito para revisarlo, ya que lloraba desesperadamente. 

—Dios, lo siento tanto, mi amor —lo apretó contra su pecho y miró a su lado, viendo con ojos preocupados el pasmo de Vicky—. ¿Estás bien, cielo?

La pequeña asintió y la abrazó con una mano, acariciando su cabello con suavidad. La niña tenía vagos recuerdos de hacia un tiempo, pero jamás olvidaría lo que sucedió esa tarde en la que cruzó la calle sola y su tía Nancy estaba tan asustada como molesta. 

—Fue mi culpa, venía distraída.

—No es necesario que comamos helado. Mejor vayamos a casa y hacemos chocolate, ¿sí? 

—¿Ya no quieres helado?

—¡No! —la pequeña le dio una sonrisa de oreja a oreja, tocando la espalda de Andrew—. Creo que no le gustó el paseo. Es mejor ir a casa para que esté tranquilo, además, hay chocolate y podemos comprar unos masmelos de paso. 

Nancy se sintió mal, era el primer paseo que daban en mucho tiempo, pero tampoco le llevó la contraria a la pequeña. En realidad, ella tampoco quería caminar por ese parque, le traía recuerdos que laceraban su corazón y la transportaban a los días que era feliz en brazos de su novio.

Dejó al pequeño en el coche y dieron la vuelta para regresar a casa, pero sus pasos se congelaron y todo su mundo dio un vuelco cuando su mirada se estrelló con un par de ojos tan claros como el cielo e intensos como el fuego e iluminaron la oscuridad que había en su corazón. 

La tierra bajo sus pies tembló y creyó que todo se trataba de un espejismo, de uno de sus tantos sueños, por eso se sostuvo con firmeza de las manijas del coche antes de que la sorpresa la hiciera ir de bruces contra el suelo. 

¿Cuánto tiempo había pasado? En una fracción de segundo lo había olvidado y ya no importaba, porque ahí estaba ante ella su promesa más bonita, el color de sus días grises, el amor que jamás hubiera podido olvidar si moría.

Cuando Vuelvas Conmigo[✓]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora