VII

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Capítulo: 7
Ronald Lombardi



«El verano ya comenzó. En este momento Italia supera los 30 grados de temperatura, así que prepárese para un día caluroso. Paso contigo licenciada, Rossi»

«En último momento, el empresario Dimitri Greco, acaba de donar a la fundación "Juntos contra todos" 12 millones de dólares. Es impresionante que»...

Apago la pantalla y lanzo el control a la cama mientras empaco.

Escucho el celular vibrar en la parte trasera de mi pantalón, por una notificación.

Leo: Ya está hecho.

Ronald: Bien.

Termino de hacer lo que estaba haciendo y sin más, me subo al auto fumándome un porro.

Últimamente, no dejo de fumar, no niego que esta mierda se está convirtiendo de a poco en una adicción. Primero fue el cigarro y ahora esto, no conozco el motivo de por qué de la frecuencia, pero me calma y eso es lo que necesito el día de hoy para no terminar cagándola.

Tomo conciencia de que ya estoy llegando al comenzar a ver arbustos modernos y rejas grandes de color blanco, inmediatamente los guardaespaldas me detienen pidiendo mi identificación, les entrego la placa que me entregó Dimitri, en la cena, me miran por unos cuantos segundos, poniéndole misterio a lo innecesario para después dejarme pasar.

Aplasto el porro en el cenicero del Lamborghini, bajo del auto y la misma señora que vi ese día aparece delante de mí.

— Buenas tardes, señor, Lombardi. — no respondo, y alza sus manos para ayudarme con el equipaje.

Lo paso a mi antebrazo.

— Solo llévame donde me van a hospitalizar.

— De acuerdo, señor.

Sin más, la señora me guía a lo igual que camino detrás de ella, sube las escaleras amplias que dan paso a la puerta principal de la mansión, agarra la mancuerna y la gira.

— Adelante — musita, le hago un ademán con la cabeza, indicando que pase primero. Me mira y acata mi orden para seguir con su andar.

Sube por una gran escalera del mismo color que las rejas, caminamos por un pasillo en donde solo se ven puertas y rincones que llevan a otros lugares, hasta que se detiene en una de ellas y la abre.

— Es aquí, señor — levanta su cabeza a la altura de mis ojos —, en unos minutos vendrán algunas empleadas para arreglar su equipaje.

— No es necesario.

— Como usted crea conveniente — da un paso hacia delante con el fin de marcharse, pero mi voz la detiene.

— ¿Por qué no me pusieron con los demás empleados?

— Mi señor, dio la orden de hospedarlo en la casa principal y no con los demás empleados ni soldados. Solo sé eso, señor.

— Bien, te puedes retirar.

— Lo siento, se me pasó decir, que en cuanto descanse, debe ir a entrenar a los soldados y presentarse. Ah, los soldados se encuentran en el patio de entrenamiento, situado en la otra mansión.

El final de la bestia (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora