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Capítulo: 10 Ronald Lombardi

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Capítulo: 10
Ronald Lombardi


Me tiene intrigado esa niña, por momentos siento que me puede ver, ya van dos veces que logra saber que estoy ahí con solo olfatear, y no voy a negar que eso me inquieta.

Y esto significa que no debo subestimarla a pesar de su discapacidad visual. Tengo que tener cuidado con esa engendra del demonio, no debo dejarme engatusar por la pureza  e inocencia que refleja su simple existencia, ya que tengo un concepto muy distinto de esa palabra.

Cuando una persona transmite aquello, es porque es un ser mentalmente inocente. Pero no me dejaré guiar por eso. Podría ser la peor de los tres hijos de Dimitri.

— ¿Señor, qué va a pedir? — la voz del tipo que está detrás de la barra me saca de mis pensamientos mientras maldigo por dentro.

— Un vodka — él me mira para luego asentir, y miro de reojo al tal Peralta que está en una esquina del bar con dos putas en las piernas bajo la poca luz neutra.

Sé que dije que iba a esperar un tiempo para atacar a los Ferrini, pero solo basto con que mencionaran aquel banquete para que mi mente maquinara un plan.

— Aquí tiene señor — miro al chico y me doy un solo trago acabado de una sola vez con el líquido —. Le traeré la botella — asiento y se dirige a buscarla.

Localizo a Leo entrar por el rabillo de mis ojos. Se sienta con el mexicano, que le ofrece a una de las putas y ella, muy gustosa, se sienta en su regazo.

Leo está camuflado, porque se destaca en estos tipos de mierdas.

Y también porque nunca cierra la boca.

Estoy de acuerdo esta vez con esa voz, Leo es muy parlanchín y chismoso desde pequeño, quizá, por eso decidió enfocarse más en la psicología, casi nunca se calla, es de esas personas que te cuentan todo, apenas te conoce y es muy atento cuando se trata de escuchar.

Miro hacia la tarima. Las bailarinas mueven sus cuerpos de forma sexual arriba del tubo con esas diminutas lencerías, mi mirada se dirige hacia la chica que no deja de mirarme desde que entré, sus tetas grandes se mueven en cada movimiento que realiza su figura y siento como mi verga se aprieta, en otra ocasión desbarataría su coño, pero no tengo tiempo.

Como mi mente se empeña en hacerme vivir en un calvario, sin improviso y sin razón aparente, invoca la segunda vez que vi a Laura con ese vestido verde. Su rostro pálido que me invita a inspeccionar si tendrá algún lunar. Su mirada angelical que me provoca esas ganas de corromper cada centímetro de su ser. Sus labios redondos y sedientos. Su pelo largo que se mueve tan ligeramente cuando corre, me invita a pasar mis manos y sentir la suavidad que proclaman.

Verga.

Le doy un solo trago al vaso como si fuera el culpable de que mi mente viajara a ese día.

Desvío mis ojos de aquella chica.

El final de la bestia (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora