XLVIII

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Capítulo: 48Ronald Lombardi

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Capítulo: 48
Ronald Lombardi




No espero más y guardo el filo.

Lo agarro del cuello, alzo su miserable cuerpo y le meto un cabezazo que lo desequilibra.

Es como si un maldito animal estuviera dentro de mí. Atravesando mis órganos mientras no paro de darle puñetazos. No pienso, solo actúo perdiendo el control.

Rabia. Es con que le meto aquellos golpes desenfrenados; no puedo apaciguar la versatilidad de mis puños impactando entre sus huesos.

No miro a mi alrededor. No analizo, solo efectuó una tras otra sin escrúpulos ni compasión.

No cuando encontré lo más puro que tengo con las piernas abiertas y un cabrón en medio de ellas.

Lo muelo a golpes sin tomar en consideración que lo podría matar a base de puños.

Lo estrello contra el suelo y mis botas se encargan de romperle la nariz.

El coraje nubla mis ojos de una manera versátil, nadie se me acerca, nadie se atreve a ponerme un puto dedo encima.

Una vez dejé que la golpearan con un látigo, una vez dejé que abusaran de ella bajo mi propia nariz, y ahora que me dijo esa maldita palabra de mierda, con esa sonrisa que me tiene rendido ante ella. No permitiré que otro hijo de puta lo haga.

Le meto patadas contra mi bota una y otra vez y con dificultad se levanta. Corre hacia mí y le meto otro cabezazo que lo hace impactar en el piso. Me lanzo encima de él, y como un puto animal le reviento la cara a puños, siento cómo su cráneo se quiebra entre mis puños, sangre se escurre de su boca asquerosa.

Y no me es malditamente suficiente, quiero que sufra, quiero que grite de dolor por tocarla, quiero que se arrodille ante mí y ruegue por clemencia.

Noto que Leo arrasó con los cuatro hombres que me faltaban, me levanto con los nudillos ensangrentados y con rabia le quito un saco a uno de ellos.

— Agárralo — musito con frialdad.

Leo no duda en atacar mi orden y lo sienta de tal manera que queda detrás de él. Pero antes, giro mi cabeza para verla con los labios partidos y sus mejillas casi moradas. Y esa mierda solo bastó para que mi coraje y mi furia aumentaran.

No espero más, no puedo, no aguanto. Me siento miserable, mi pecho se oprime viendo el pene de Sebastián fuera de sus pantalones, dejándome saber lo que quería hacer con ella. Con mi mujer.

Corro hacia él, me pongo de rodillas con el saco enredado en el dorso de mi mano, y empiezo a martillar su flácido pene contra el piso.

— ¡Maldito hijo de perra! — muelo con brutalidad a su pequeña cosa.

Sus gritos resuenan y, como una puta bestia, mi puño impacta una y otra vez sin poder detenerme. Con toda la fuerza descomunal y enferma que tengo, no me tengo, continúo desbaratándole el pene por más que llore y grite por clemencia.
Yo no conozco esa maldita mierda.

El final de la bestia (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora