Capítulo: 33
Ronald LombardiVeo cómo se rompen a llorar sin poder terminar lo que sea que me quiere contar. No obstante, solo reparo en esos dos mares negros llenos de lágrimas.
Tapa su rostro con unas de sus manos, como si se sintiera avergonzada mientras sus sollozos retumban por todo el lugar.
Dejo el vaso de whisky encima de la mesita que se ubica frente al sillón y me levanto caminando a su dirección.
Por más que trato de odiarla, no puedo. Tampoco quiero escucharla, pero miento. Maldita sea.
No sé qué putas mierdas hago, pero la cargo con cuidado con la sábana blanca rodeando su cuerpo. Lo enrollo bien para taparla mejor y luego proporciono zancadas de regreso hacia el sillón.
Me siento en cuanto llego y la coloco sobre mi regazo de lado, su cabeza queda apoyada en mi pecho con su mano aún tapando su rostro.
— ¿Por qué lloras? — no se me ocurre qué preguntar, y eso fue lo primero que salió de mi boca.
Ella niega levemente con la cabeza sin poder hablar.
No digo nada y la dejo llorar mientras mi mano pica por tocar su pelo. Y a pesar de ello, decido deslizarlo en el reposabrazos y despegar un poco mi espalda para no lastimarla y tomar el vaso de whisky con mi otra mano libre.
Luego de unos cuantos segundos, noto que no tiene la intención de seguir hablando y decido retomar por donde se quedó.
— ¿Qué sucedió cuando cumpliste quince años? —Siento cómo se tensa ante mi pregunta.
— Nada — miente con la voz entrecortada.
Pienso en aquella vez que me confesó que no era virgen y terminó llorando como lo está haciendo ahora. Y no dudo en confirmar las ideas que se me cruzaron por la cabeza en ese momento.
— ¿Ese día perdiste tu virginidad? — Me siento patético por preguntarlo de esa manera tan poco profesional, pero no se me ocurre ninguna mierda. Y no me voy a dar de putos rodeos.
Con su mano pálida que aún continúa tapando su rostro asiente con timidez.
Coloco el vaso a un lado, enrollo mi mano en el dorso de la suya y me dispongo a retirarlo con cuidado.
Y pareciera que fue lo peor que pude hacer, porque sus mejillas están ligeramente rojas y mojadas por culpa de sus lágrimas. Pero lo que me hace doblegar ante la tristeza que refleja, son esos luceros hinchados y atormentados.
Arrastro mi pulgar por debajo de ellos con una fuerza tan diminuta, porque siento que si hiciera lo contrario podría en cualquier momento romper su piel.
— ¿Abuso de ti? — pregunto lo más leve que puedo.
Asiente con la cabeza y ahí es cuando mis barreras se quiebran y se destruyen ante mis ojos. Y no puedo evitar preguntar, porque siento un nudo atorado en mi garganta que grita por salir.
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El final de la bestia (+21)
RandomSaga, Marcas de Mafia Libro 1 Su belleza cautivó al asesino. Su belleza cautivó a la bestia. A pesar de tener discapacidad visual.