XXXIX

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Capítulo: 39

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Capítulo: 39

Dos días después de que la mansión de los Greco fuera invadida.

Narrador anónimo.



Nunca antes había presenciado cómo asesinaban a una persona, pese a que pertenezco a este mundo.

Ese día era soleado, estaba cumpliendo con mis deberes como de costumbre, pero lo vi a él y se me ocurrió la brillante idea de seguirlo. Es que ni siquiera lo pensé, simplemente lo hice.

Él sabía que yo estaba ahí y no hizo nada para detenerme. Él me vio y me condenó a mi propio infierno.

Ahora no dejo de pensar en que no hice nada para salvar a esa pequeña niña de tan solo catorce años.

Era una niña y le hizo muchas cosas horribles. No tenía que ser adivina para darme cuenta, la pobre estaba sucia y llena de tierra mezclada con sangre en aquel aeropuerto desierto.

Y pensar que ese hombre me gustaba.

¿Cómo puede querer a alguien así?

Me arrepiento de haberlo hecho. Me arrepiento de no haber dado marcha atrás cuando tenía la oportunidad.

Quizá no estaría así. Corriendo por mi vida y por ella.

Miro hacia atrás y escucho sus pisadas firmes, corro como nunca había corrido. Mis pies se tropiezan con las ramas y caigo contra el piso, ejerzo fuerza con las palmas de mis manos y me levanto a pesar del dolor, pero es tanto mi cansancio que vuelvo a tropezar y mi cara impacta contra la tierra.

No me detengo.

Tengo que seguir. No me puedo rendir. Ella me necesita.

Ella debe estar sola y a manos de él. Le hará daño por mi culpa. Ella siempre ha estado ahí para mí, siempre me defendía de ellos y ahora que me necesita, estoy así, sin poder ayudarla y dejé que se la llevaran. Debí pelear más, debí agarrar aquel revólver y disparar, pero no, actué como toda una cobarde como siempre.

Me levanto al escuchar las pisadas más fuertes y me escondo tras un árbol mientras mi respiración me falla, y cuando me siento lista, me echo a correr. No obstante, alguien se me lanza encima y otra vez impacto contra la tierra. Me remuevo debajo de aquella persona, le doy codazos para que me suelte. Sin embargo, una sola bofetada me paraliza.

Me agarra del cabello y me vuelve a abofetear, y con esa misma mano saca un celular, teclea y lo lleva a su oído.

— Jefe, no la tengo a ella, pero esta le va a servir — no escucho nada por parte de la otra persona —. De seguro sabe cosas que nos podrían ayudar a encontrarla.

Aprovecho su momento de distracción y le doy un manotazo y me echo a huir, pero enseguida lo escucho correr detrás de mí. Y así como lo escucho, me atrapa y su celular rebota contra el piso.

El final de la bestia (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora