Capítulo: 34
Ronald LombardiLos rayos de luz chocan contra mi rostro y despego la cabeza de la pared que está pegado tras el sillón mientras intento abrir mis ojos con pesadez, cuando logro abrirlos por completo veo a la niña que ayer dejé tendida en la cama después de que se sinceró conmigo y se quedó dormida entre mis brazos con angustia.
No dormí para nada bien sabiendo que ellos continúan vivos y por esa razón no voy a esperar un puto día más y comenzaré a cazarlos hoy mismo. No creo poder controlar mi rabia si dejo pasar otro día.
La culpa me está carcomiendo sin piedad, por lo tonto y estúpido que fui al no darme cuenta a tiempo. Y saber que permití que le destrozaran la espalda cuando podía impedirlo, me enfurece más. Aunque. ¿Cómo lo hubiera impedido sin arma un caos? No tengo idea, pero de seguro algo hubiera podido hacer.
Odio haberme dejado cegar por la rabia y la decepción de ese momento y no haberme molestado en buscar soluciones, más que contemplar cómo le sumaban sufrimiento a su jodida vida.
Sé que si no me hubiera contado nada sobre su pasado y que solo me confesara que estaba arrepentida, le hubiera brindado mi protección a mi manera.
Pero, seamos sinceros, la vería con resentimiento a cada tanto.
Sin embargo, ahora, de manera repentina, me entraron unas ganas de prote... Mierda.
Ni siquiera lo puedo decir en mis propios pensamientos porque me desconozco. Lo admito, soy una persona bien egocéntrica, que únicamente piensa en sí mismo y en su objetivo, que utiliza todo a su propia conveniencia. Y que ahora esté sintiendo esto, me abruma.
Aterrizo a la tierra cuando siento la puerta abrirse. Giro mi cabeza viendo a Leo entrar con fundas en las manos.
No me saluda como lo suele hacer, va directo al microondas y saca un plato.
— Eres un inservible. ¿Qué te dije antes de irme? — Me mira alzando lo que tiene en su mano.
— No se morirá por no cenar un día — musito con la voz totalmente ronca y lo corto antes de que vengan con sus mierdas.
Me levanto del sillón para darme una ducha y no tardo en hacerlo y mucho menos en cepillarme los dientes. En todo lo que va del procedimiento de cambiarme, no dejo de pensar en la confesión de ella a tal puto que no me doy cuenta cuando me pongo una camisa blanca y unos pantalones negros.
Salgo del baño ya listo y miro en dirección hacia la perezosa Laura, que sigue durmiendo plácidamente para luego mirar hacia Leo, quien sirve comida en los platos que están en la mesa junto a un delantal blanco, con flores naranjas.
Observo cómo todo el desastre que hice anoche ya no está.
— Te saqué comida — informa percatándose de mi llegada —. Hay que despertarla y cambiar el ungüento — se limpia las manos con el delatar después de chuparse los dedos.
ESTÁS LEYENDO
El final de la bestia (+21)
RandomSaga, Marcas de Mafia Libro 1 Su belleza cautivó al asesino. Su belleza cautivó a la bestia. A pesar de tener discapacidad visual.