XXXI

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Capítulo: 31 ( 5/0)Ronald Lombardi

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Capítulo: 31 ( 5/0)
Ronald Lombardi



La tonalidad suave y contradictoria del atardecer arropa los árboles verdes que pintan a negro por la poca iluminación que proporciona el tono rojizo que caracteriza a estos tipos de atardeceres. Se escuchan los pájaros, volar y silbar en medio de la abstención total del ruido.

La paz y tranquilidad que transmite aquella casa de pigmento azulado pegado en la madera, causa que la ira que siento desaparezca.

Aparco mi Lamborghini hecho ruinas frente a la casa que se encuentra en medio del bosque. Mis fanales reparan en la terraza con sillones y rejas de la misma base que fue construida la casa.

Salgo del auto y subo la pequeña escalera que me da paso a la diminuta terraza, giro el pomo de la puerta y cierro detrás de mí.

Dejo salir el aire viendo que no hay habitaciones ni cocina, todo está junto. Es como una habitación espaciosa. Hay una cama con sábanas blancas que se encuentra en el centro, pegado a la última pared, un velador al lado izquierdo, en donde se encuentra una puerta blanca que es el cuarto de baño, en el lado lateral, hay un sillón de dos personas junto a una mesita, igual que una repisa de tragos y un armario al lado derecho.

En ese mismo lado se encuentra una gran ventana con puertas corredizas y dos cortinas blancas que se mueven a causa del viento, y por último, utensilios de cocina con una mesa redonda de cuatro sillas que hace contraste contra la cama.

Mis ojos se detienen en la ventana donde se encuentra su cuerpo acostado en lado lateral, dándome la espalda. La brisa mueve las cortinas mientras los rayos del atardecer atraviesan el vidrio de la ventana posándose en su piel.

Me acerco e inclino un poco y reviso su pulso: está respirando. Me reincorporo y entro al cuarto de baño, lavo mis manos y lo desinfecto. Abro la gaveta y saco los medicamentos que Leo compró en la madrugada. Tomo la tijera y también lo desinfecto por si roza su piel.

Salgo del cuarto y camino hacia el cuerpo, me agacho hasta quedar de rodillas. Tomo el borde de su vestido blanco ensangrentado y lo voy cortando con cuidado.

Mientras corto, sus bragas negras me reciben y sigo cortando hasta llegar al borde superior. Tomo la tira del sostén y lo rompo para luego tomar la tira de su braga.

— No — su voz es débil y apenas se escucha. Unas lágrimas traicioneras salen de sus ojos cayendo a su costado. Traga saliva y me sostiene la mano con la poca fuerza que carece.

— No te haré nada — le aseguro con voz calmada —. Solo cortaré — no le queda de otra que confiar y de a poco va soltando su agarre.

Continúo con lo que estaba haciendo y corto sus bragas, tratando de moverla lo más despacio posible y romper las demás partes.

Una vez desnuda, la cargo con cuidado y la entro a la ducha. Hago todo lo que puedo para no ver de más, y únicamente quitar la sangre seca de su cuerpo.

El final de la bestia (+21)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora