Una reconocida arquitecta estadounidense inicia una nueva etapa de su vida como colaboradora en la empresa de diseño y construcción B&B. Una prestigiosa empresa internacional dirigida por el arquitecto Jace Blackwood, un empresario pulcro, pero que...
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JACE.
El estruendo de incontables botellas haciéndose añicos resuena en todo el penthouse, cuando barro con cada una de ellas en el área del minibar. El porcelanato se cubre de cristales rotos y líquidos de distintos colores se desparraman por el lugar.
Tomo una botella de whisky que quedó con vida y agarro un vaso de cristal. Me sirvo un trago y lo bebo de una pasada. Sirvo otro y otro... hasta que el sonido del timbre retumba en mis oídos.
Me froto la cara con frustración y voy hacia la puerta. No tengo que averiguarlo, sé quien es.
—¿Qué le hiciste? —cuestiona una vez que pasa al interior.
—¿Y a ti desde cuándo te importa?, te recuerdo que hace unos días estabas pidiéndome que terminara mi trabajo y sabes perfectamente cuál es —digo y el dolor de cabeza se me intensifica.
Me mira pensativo.
—Es ella... ¿Verdad?
Vuelvo a la barra en donde reposa la botella y me sirvo otro trago.
No sé qué decirle. Era algo un poco evidente, pero que yo no quería ver.
—Tu silencio lo dice todo —me asegura.
—Por primera vez en diez malditos años, Bruce, desearía nunca haberla encontrado —digo con amargura, bebiendo otro poco del líquido oscuro.
—¿Y cómo fue que te diste cuenta? Todos lo sabíamos, pero, para que tú terminaras creyéndolo, debe haber pruebas contundentes.
Cierro los ojos con fuerza, cómo me encantaría que fuera mentira.
—Fue hoy en la inauguración... nos besamos —le confieso.
Alza las cejas con sorpresa mientras asiente.
—Entonces eso fue, ¿la sentiste o qué?
Niego.
—La vi... sus ojos. —No sé cómo explicárselo.
Me mira intrigado.
—¿Qué pasa con sus ojos?
—Parecían dos uvas —trato de explicarme.
Suelta una carcajada y no sé qué le parece tan gracioso.
—Yo creo que lo que tenías era hambre, debiste comértela.
Masajeo las sienes, tratando de encontrar la paciencia que no tengo.
—No estoy para bromas —gruño.
Alza las manos a modo de rendición.
—Bien, lo siento. Pero explícate bien, porque no me imagino sus ojos como uvas.
Resoplo.
—Sus ojos se pusieron violetas, estaban muy brillantes y sus pupilas... eran hipnotizantes, en forma de media luna.
