LUNA (Trilogía Dioses Destinados #1)

Capítulo 36

LUNA.

Su semblante se vuelve frío, tanto como lo era cuando lo conocí... o peor. 

Me encojo en mi lugar sin saber qué hice mal. 

—¿De dónde sacaste ese coche? —cuestiona Joseph , luciendo algo ansioso.

Quizás removí un recuerdo que no debía, el hecho de que el carro se parezca al del abuelo de Jace puede que los haya molestado. 

—Lo compré. —Me encojo de hombros, mostrándome desinteresada. 

Iris me pidió expresamente no revelar que fue ella quien me lo cedió.

—¿Dónde? —alza la voz, haciendo que mi cuerpo tiemble.

Esta acción hace que Jace reaccione.

—Vamos. —Me toma del antebrazo y me arrastra fuera, hacia el ascensor. 

—Hey, me lastimas. 

Mira la mano que me sostiene y la aparta de inmediato.

—Lo siento. —Se pasa una mano por el pelo desordenado mientras pincha el botón que nos envía al sótano. 

Entrelazo mis dedos, sintiéndome extraña con la situación. 

—¿Hice algo malo?

Puedo escuchar lo fuerte que respira desde mi lugar.

—No, es solo que no celebro mi cumpleaños. 

—Lo sé, Bruce me dijo...

—¿Entonces por qué lo hiciste? —gruñe, impidiendo que termine la oración.

Me siento pequeña ante él cuando me mira de esa forma, parece enojado, pero no termino de comprender el porqué. 

—No es una celebración, es solo un regalo... además lo hice privado. No entiendo por qué estás tan enojado. 

Cierra los ojos por un momento que me parece eterno. Cuando vuelve a abrirlos entrelaza una de sus manos con la mía y me da un suave apretón. No dice nada, pero lo tomo como algo positivo. 

Llegamos al parqueo soterrado y lo guío por medio de los vehículos, hasta que llegamos frente al Chevrolet Impala que tanto causó revuelo en Joseph. 

Se detiene de golpe, haciéndome retroceder unos pasos.  

—¿Qué mierda es esto?

El tono de voz y las palabras que utilizan provocan que sienta una punzada en el pecho.

—Es un Chevrolet... —trato de explicar y siento que estoy a punto de llorar. 

—Sé lo que es, me refiero a qué se debe. ¿De dónde lo sacaste?

Cuando creo que acabo de cometer el peor error, se acerca al vehículo y leyendo la placa suelta un grito poco común en él, uno de fascinación. 

—Es el mismo, es el jodido auto del abuelo. No puedo creerlo. 

Intenta abrir la puerta, pero está cerrada.

—No es el carro de tu abuelo, pero me hace feliz saber que te gustó —le dejo saber mientras le entrego la cajita con la llave dentro, pero no me atrevo a desearle feliz cumpleaños.

Entra al interior y baja el vidrio para que pueda escucharlo. 

—Sí lo es, tiene la misma placa. ¿En serio no lo sabías?

—Realmente no —digo avergonzada—, no entiendo cómo pudo haber sucedido. 

—Esto es de locos, —sonríe— ven, sube.