Miguel Arango
Los rayos del sol impactan sobre su delicada piel blanca, la brisa agita su cabellera larga y su mirada se encuentra perdida hacia la vista del jardín, mientras permanece sentada en esa silla de ruedas como si fuese una paralítica. Avanzo hacia el balcón desde mi habitación sin apartar la mirada de ella, quién era un rayo de luz y ahora toda su esencia desapareció por completo.
Me detengo a su lado y posiciono mi mano izquierda sobre su hombro derecho, mi pulpar acaricia su piel expuesta y respiro profundo encontrando las palabras correctas antes de decirlas.
—Todo estará bien mi pequeña.
Regresan pensamientos a mi memoria de esta mañana, en el momento que fui por ella al psiquiátrico luego de regresar de Francia. Una psicóloga de alta estatura, al rededor de los cuarenta y pelinegra, estaba negada a darle la de alta a mi hermana, pero después de más de una hora discutiendo con ella, amenazarla de hacer una denuncia en su contra por internar a una persona que no necesita ayuda psicológica, e inventarme una pequeñita mentira, que tengo amigos rusos y hoy mismo íbamos a bombardear su hospital psiquiátrico de quinta. Entonces, por fin se decidió a entregarme a mi hermana y la traje de vuelta a donde pertenece, a nuestro hogar, la mansión.
Mia no necesita un psiquiátrico para volver hacer la misma de antes, ella requiere de la atención y el amor de su familia. Desde el asesinato de Yina, no ha vuelto a decir una sola palabra, es porque todavía no asimila la realidad de la situación, no porque haya enloquecido, mi hermana volverá hablar y ser la misma cuando esté lista. De mi parte, me encargaré de que ella esté bien, no voy a dejarla sola, cuidaré de ella hasta que se sienta bien, no voy a permitir que la historia se vuelva a repetir.
De pronto, empiezo a escuchar fuertes golpes en la puerta, acompañados por gritos de una voz femenina muy conocida...
—¡Miguel, abre la maldita puerta!
Ruedo los ojos, porque me molesta que me fastidien y lo que menos necesita Mia ahora es que la agobien con tanto ruido.
Me aparto de ella y me encamino desde el balcón hasta la habitación, con toda la mayor calma posible, porque ahora soy un ser de luz y nada ni nadie podrá dañar mi paz, mientras escucho como los golpes en la madera aumentan y los gritos de la mujer que se encuentra detrás de ella son más agresivos.
Me detengo ante la puerta y antes de que me la tumbe en el rostro, tomo la manilla, la giro y la abro, encontrándome con los rostros de mis padres.
—¡¿Cómo se te ocurre sacar a tu hermana del psiquiátrico?!. —me grita mi madre apoderada por la ira, a la vez que el azul de sus ojos me fulminan.
Me giro y llevo la mirada hacia el balcón donde deje a Mia, ella permanece allí, sentada sin moverse y con su mirada perdida hacia el jardín.
—¡Me encantaría saber sí te has enloquecido!. —sus gritos logran que regrese la mirada sobre ella.
¿Me lo dice oh me lo pregunta?
Mi madre es una mujer que siempre quiere tener el control sobre todo y todos, aparte de ser nuestra madre, se cree la jefa y dueña de nuestras vidas, pero conmigo se equivocó. No volveré acatar sus órdenes.
Salgo de la habitación y cierro la puerta detrás de mí, no quiero que Mia sea partícipe de la discusión que se avecina. Mis ojos viajan sobre mi padre, quién se encuentra detrás de su esposa y no ha dicho ni una sola palabra. Se supone que él debería ser el pilar de este hogar, pero parece el perro faldero de mi madre, siempre detrás de ella obedeciendo a todos sus mandatos.
—¡Miguel!. —los gritos de la señora continúan y logran que regrese la mirada sobre ella de nuevo—. ¡Te estoy hablando! ¡¿Qué demonios sucede contigo?! ¡¿Cómo te atreves a pasar por encima de mí?!
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Alma Velasco (+21)
RomanceAlma Velasco nunca llegó a pensar que con solo aceptar una beca todo resultaría tan difícil. La vida de Alma cambio por completo desde el día que puso los pies sobre la universidad europea de Madrid, al verse obligada a salvarle la vida a la hermana...