Prólogo

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Las luces, el impacto y el sonido agudo en su oído llegaron sin que Maeve se diese cuenta siquiera. Todo se mezcló en un destello que se apagó gradualmente hasta volverse una habitación oscura.

No hubo en el pueblo Northfall alguien que no se enterase del nacimiento de Maeve Jenkins, cosa de esperarse, no todos los días la alcaldesa Eloise daba a luz al hijo de uno de los más importantes comerciantes del pueblo.
Para nadie es secreto que llegas al mundo llorando, pero, en el caso de la pequeña Jenkins la vida tenía planeado un comienzo más duro. Los llantos se tornaron horrendos cuando salió a la luz el fruto de que el bisturí fuese más allá de lo que debía al atravesar el vientre de la mujer. Maeve lloraba en los brazos del cirujano, sus pulmones se estaban hinchando por primera vez y su rostro le dolía por la cortada sangrante que había hecho el hombre que la tenía en brazos.
Unas horas después la pareja experimentó el ver a su bebé por primera vez, y verlo en esas condiciones no fue satisfactorio para Eloise ni para su esposo Oliver. Su primera reacción no fueron lágrimas ni una sonrisa, sólo un gesto de disgusto ante la bebé hambrienta que buscaba el pecho de su madre.

—¿No hay forma de que se le vaya la cicatriz cuando cierre eso?  - Preguntó Oliver a una enfermera cercana.

—No, señor Jenkins, pero si le sirve de algo puedo decirle que el cirujano fue despedido y está pagando una multa millonaria.  -  El hombre asintió, sabiendo que él mismo era el que había puesto la demanda al hombre. Algo de amor por su hija guardaba en algún rincón.

Cuando la señora vestida de blanco abandonó la habitación fue cuando se dignó a hablar Eloise.

—La pobre...ese hombre ha arruinado el futuro de Maeve.  -  La mujer no se diganaba a referirse al bebé como su hija.

—Tampoco es que te importe mucho, fuiste tú la que no quiso abortar para no causar polémica en el pueblo.

—¡Cállate, estúpido!, Alguien podría escucharte.  -  Susurró la mujer a su marido.

Maeve por su cuenta había encontrado el seno lleno de leche para ella y como pudo se aferró con su boquita al pezón hinchado. Ambos padres la miraban alimentarse, o más bien veían los puntos de sutura a lo largo de su pómulo níveo.

El cuerpo de Maeve fue alzado, ella aún inconsciente podía sentir la sirena de la ambulancia o tal vez la de los bomberos. La muchacha sólo tenía la noción de estar encamillada.

Su madre le había prometido ir al parque, Maeve estuvo una semana conteniendo la emoción y divagando sobre los juegos que habrían allá. A sus cinco años, los parques infantiles aún eran sólo una historia. El día al fin había llegado.

—¡Mamá, mamá!, es hora de irnos. - Maeve jalaba de la mano a su madre que buscaba algo en la gaveta de medicamentos del estante del baño.

—Me alegro de que no hayas puesto condiciones, Maeve, porque tendrás que usar esto si quieres salir. - La mujer le extendió algo a la niña.

Ella se quedó mirando el objeto que le había dado su madre, sin la más remota idea de qué era o para qué se utilizaba. Eloise bufó y lo arrebató de las manos de su hija.

—Esto es un cubrebocas, ayudará a que tu cicatriz no se vea.

Maeve se vio en el espejo casi con inocencia, sabía que a ninguno de sus padres le gustaba la marca en su mejilla, pero...¿tanto?

—Un chico en la escuela me dijo que mi cicatriz era linda. - Le dijo ella, Eloise se rió burlesca.

—¿Fue Mark, cierto? - Indagó Eloise sin dejar de reírse.

Maeve sintió ganas de llorar, pues Mark era el chico ciego que se sentaba a su lado en clases, uno de sus mejores amigos, al que ninguno de sus progenitores aceptaba por su discapacidad.

Puertas, puertas y gritos a medida que abría los ojos. Luces en un patrón similar a las líneas discontinuas de la carretera. Se sentía aturdida y de milagro recordaba que su nombre era Maeve... no recordaba su apellido.

De pequeña pensaba que el monstruo bajo su cama era aterrador, luego comenzó a temerle al hombre del saco, pero nunca le habían hecho cuentos sobre el monstruo que retiraba sus sábanas en la madrugada y recorría cada parte de su cuerpo pre adolescente con sus asquerosas manos.
Su padre siempre fue una figura distante, pero cuando sus pechos comenzaron a notarse y los pezones se le marcaban en la blusa su comportamiento se tornó diferente. En parte se sentía feliz, por primera vez su padre le prestaba atención.
Pobre Maeve, no se daba cuenta del ojo que espiaba a través de la puerta del baño o de la cámara de seguridad que el monstruo había instalado en su habitación para verla cambiarse.

—Eres tan horrible que estoy seguro de que seré tu único hombre. - Le susurró en su oído para despertarla. Esa fue la peor de sus noches.

La cinta adhesiva en su boca y manos impidió cualquier intento de lucha por parte de Maeve. Ella sólo podía llorar mientras su entrepierna sangraba y sus pechos eran maltratados sin cuidado, la cámara en el trípode no dejó detalle sin grabar y sin problemas participó en la sesión de fotos que le hizo Oliver después a su cuerpo lleno de hematomas.

—Eres horrible, Maeve, pero quiero asegurarme de que nadie te ame nunca. - Decía el enfermo mientras con su navaja de afeitar hacía cortes en el torso de la niña.

La memoria de la cámara guardó fotos de cada mordida y cada lágrima de dolor, importencia y decepción, incluso fotos de su vagina destrozada y llena de sangre.
Al día siguiente su madre le dio una paliza y le hizo un corte en el vientre como castigo por hacer que su marido se fuera de la casa. El monstruo se había marchado, dejando sólo una nota diciendo que no sentía cargos por nada, pero que si seguía en esa casa era capaz de matar a su hija para ya no tener que fingir ser lo que no era: un cerdo, un abusador.

Nunca sintió una voz que no fuese la de los médicos a su alrededor. Una vez sintió a alguien tomar medidas de lo que era su muslo en la zona por encima de la rodilla, intentó mover esa pierna, pero no la sentía y volvió a dormir.

Un día llegó a casa con las ropas rasgadas y golpes en su cuerpo, incluso alguien había cortado el cable de sus amados auriculares. Maeve era víctima de bulling, pero las mentiras que Eloise decía con su sonrisa plástica para la prensa parecían ser más importantes.
Cada maldita vez que se encerró en el cuarto a llorar hasta cansarse, o las veces que trató de adelgazar dejando de comer durante días, las veces que la ambulancia llegó a su casa para remendar sus intentos de suicidio, los frascos de pastillas que fueron convertidos en vómito y las pinturas de personas sonriendo como ella no lo hacía. Nunca recibió la atención o el cariño que imploraba, sólo se mantenía en pie por su sueño de ser azafata.
Maeve Jenkins quería viajar, ganar dinero y estar lejos de casa. Quería ser feliz, pero su sueño era una torre de Jenga, y cada día una pieza era retirada haciendo temblar la estructura.

¿Era ese su fin?, el halo de luz parecía llamarla, pero algo la atrajo y fue capaz de abrir sus ojos por primera vez en los últimos dos días. Llámalo destino o Dios, pero el regreso de Maeve no fue voluntario una vez más, no era la primera vez que veía ese destello al final del túnel y las marcas en sus muñecas eran prueba de ello.

Gray Butterfly Donde viven las historias. Descúbrelo ahora