Capítulo IX

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Maeve quiso gritar cuando despertó, llena de frustración porque una vez más no había funcionado su intento de suicidio, pero el ver la bolsa de sangre a su lado a menos de la mitad le hizo saber que había estado más cerca que nunca. Seguía en esa habitación en la misma camilla, con la misma soledad abrasadora quemando su piel.
Quiso al menos sentarse, pero una mano en su pecho la detuvo, manteniéndola ahí. 《¿Acaso no estaba sola?》. Cuando Maeve miró hacia el dueño de la mano se encontró a la cirujana que ya conocía desde incidentes anteriores, intrigada de verla ahí sentada su lado.

—¿No me dejarás morir nunca? - Fue una pregunta sin enojo, más bien un sarcasmo amable.

—Quizás. - Le respondió Coraline con una sonrisa sospechosa.

Maeve se quedó mirándola, esperando a que dijera algo más que nunca llegó y eso comenzaba a hartarle.

—Supongo que no estás aquí para elogiar el color de las sábanas.

—No, estoy aquí para proponerte un trato. - Jenkins alzó una ceja.

—¿Qué clase de trato?

—Uno que probablemente será de tu interés.

Maeve giró los ojos, sabiendo que ella solo le estaba dando cuerda a un juegecillo tonto. La joven se rindió y decidió reír en voz baja, complaciendo a Coraline.

—¿No has pensado nunca en sonreír?, quizá en tener algún amigo o inlcuso una pareja.

—Sigo sin entender su punto.

—Quiero que conozcas a mi hijo. - Esas palabras cambiaron el rumbo de al menos diez mecanismos de la cabeza de Maeve.

¿Se refería al caballero baboso o tenía más hijos? Pero más importante que eso, ¿Que aportaría a su vida el hijo de esa doctora? Era una propuesta trampa, sí, seguro era eso.

—¿Qué quieres exactamente? - Coraline sonrió ante la mirada acusadora de Maeve.

—Quiero que intentes tener un amigo, ver qué sucede entre ustedes dos. - Respondió con simpleza.

—Te advierto que si son nietos lo que quieres no te voy a conceder ese privilegio. - Ambas se echaron a reír ante la amenaza no violenta de la encamada.

—Sólo quiero que ambos compartan tiempo, Maeve, quiero que tengas un hombro para llorar cuando lo necesites. - Coraline tomó la mano vendada. —No te tragues lo que sientes, Jasper es un buen muchacho y estoy segura de que serán buenos amigos.

Maeve la miró triste, aún no aprendía como procesar una expresión de cariño diferente a un cubrebocas. Pero la doctora parecía esperanzada, tomaba su mano con una sutileza capaz de poner cargo sobre sus hombros por vomitar las pastillas antidepresivas.

—¿Qué sucederá si falla tu experimento? - El agarre en la mano de Jenkins se volvió un poco más fuerte.

—Si no logras sentirte especial, si en verdad deseas terminar con esto...yo misma te daré un escalpelo. - Los ojos de Maeve pudieron fácilmente haberse salido de sus cuencas ante la sorpresa. —Pero te lo ruego, inténtalo por mí, por ti y por todos los que han pasado de largo ante el rompecabezas que es tu corazón.

La muchacha casi se viene abajo ante aquellas palabras. El miedo le decía que no, que eso era sólo un plan para lastimarla más, pero por primera vez, la parte sentimental de su cerebro dijo algo sensato.

—Por usted, doctora Herst.

La mujer adulta besó la sien de la muchacha, haciéndola reír cuando vio la marca de su labial rojo impresa en la frente joven. Ella la limpió con un paño y luego de susurrarle un "gracias" se retiró para comenzar su turno.
Maeve miró al techo, su yo interior dándole gracias por haberse abierto por primera vez. Con una de sus manos tocó la cicatriz en su pómulo, recordando la primera vez que vio a aquel muchacho de ojos caramelo y esmeralda, recordando su mirada clavada en el surco de piel bajo su ojo sin saber que en verdad él miró un poco más arriba.

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