Capítulo VIII

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Coraline escuchó su teléfono vibrar en la mesita de noche, despertándola de un profundo sueño a las plenas dos de la mañana. La mujer de pelo corto se frotó los ojos y agarró el dispositivo siendo inmediatamente cegada por la luz que el mismo emitía. 《¿Qué diablos hace Silvia llamando a esta hora?》, no era normal que una de sus mejores cirujanas la llamase a esa hora, a no ser que...

—Doctora Herst. - Respondió un poco espabilada.

No fue necesaria más de una oración para despertarla completamente, Coraline apagó el teléfono y saltó de su cama para encender la luz. Elliot la miró confundido cuando despertó a los pocos segundos de que la luz y el ruido de su esposa buscando algo en el closet interrumpiera su paz.

—¿Amor, que sucede? - Quiso saber el hombre mientras se frotaba los ojos.

—Maeve lo hizo de nuevo.

Eso fue suficiente para que Elliot se pusiera también en marcha, ambos preguntándose que diablos le había pasado a la muchacha para arrastarla nuevamente a cortarse. En la llamada con Silvia no hubo mucho que Coraline entendiese, pero con saber que había un bisturí involucrado no necesitó más para saber que debía correr.
Era martes y en el fondo de ambos médicos dolía que Jasper tuviese que despertarse solo con Amelia, pero no podían hacer nada sabiendo que la vida de aquella joven estaba prendiendo de un hilo una vez más.
El viaje en auto fue desesperado, Elliot al volante se saltó al menos dos semáforos en rojo para llegar al hospital. Maeve era especial en ese hospital, incluso la habían apodado como muñequita de trapo en forma de cariño, porque en verdad era una muñeca de la cual su dueño no sabía cuidar.
Coraline corrió a la habitación de Maeve, detrás de ella su esposo. Suspiraron con alivio y cansancio cuando la vieron ahí acostada, con oxígeno puesto y todo su antebrazo derecho vendado con blanco y manchado con rojo.
Para los dos fue un alivio mirarse y saber que ella estaba viva una vez más, pero entonces surgió la duda, sólo era necesario mirarse a los ojos y saber lo que estaban pensando.

—¿Por qué corrimos tan desesperados hasta acá sólo para ver si estaba ella bien? - Indagó Elliot a su mujer.

Coraline sonrió y volvió a mirar a través de la gran ventana, tomando a su marido de la mano y entrando a la habitación de la internada. La mujer agarró la mano izquierda de Maeve, la yema de los dedos de la cirujana leyendo la historia trágica escrita en braille sobre la piel de nieve.

—La primera vez que cosí a Maeve no pude evitar sentirme triste, a pesar de ser cirujana hacía más de diez años nunca había cosido este tipo de heridas. Luego vino la segunda y después la tercera hasta la quinta, cada desmayo de esta muñeca lo reparé yo. - El hombre rodeó a su esposa desde detrás.

—¿Ella es importante para ti, amor mío? - Coraline asintió, sus ojos comenzando a ponerse rojos mientras seguía mirando a la joven inerte.

—Esta siempre ha sido su habitación en sus ingresos de una noche. - La mujer miró a cada lado del cuarto. —Es como si hubiese dejado su aura impregnada aquí, Elliot, su aura es un mensaje de ayuda que nadie se atreve a descodificar.

La tristeza del momento se vio interrumpida por la puerta abriéndose, ambos doctores voltearon y se encontraron a Silvia junto a un oficial de policía. El rostro de la mujer reflejaba desde miedo hasta lástima, un semblante lleno de preocupación. Con un movimiento de cabeza invitó a los Herst a que la siguieran.
Ellos fueron detrás, de ella y del guardia hasta la sala de cámaras de seguridad, al ser un hospital pequeño resultaba fácil tener todas las áreas vigiladas. Entraron los cuatro en la pequeña sala donde ya habían dos oficiales más, ambos con cara de querer que los tragase la tierra.

—En el cuarto de Maeve hallaron un escalpelo como te dije en la llamada, pero también encontraron una caja de regalo. - Dijo Silvia a su jefa.

—¿Alguien le obsequió un bisturí a una suicida? - La cara de los Herst se distorsionó en sorpresa.

—Y no dejó una sola huella en la caja ni en las cámaras, quien sea que haya sido, logró apagar las cámaras durante diez minutos. - Dijo uno de los oficiales.

El técnico desde su silla reprodujo a cámara rápida como las grabaciones de seguridad se apagaron durante el lapso ya contado. La cabeza de Coraline quería explotar, teniendo sólo la idea de que ese obsequio fue hecho por la misma persona que sugirió meter aire en las venas de Maeve.

—Quiero que vigilen cada visita que reciba Maeve, en especial las de Eloise. - Todos excepto Elliot se quedaron mudos ante la declaración indirecta.

—¿Insinúa usted que la culpable de esto es la madre de Maeve Jenkins? - Preguntó el mismo oficial de antes. Coraline asintió.

—No tengo pruebas físicas ni dudas, Eloise intentó sobornarme para que uno de mis cirujanos matara a la paciente.

Hubo un silencio profundo en la habitación, sólo Elliot se atrevió a hablar al ver que nadie lo haría.

—¿Vas a delatarla?

—Una vez que tenga pruebas lo haré, estoy dispuesta a ser yo quien cierre el telón de su espectáculo.

Entonces Coraline calló, no queriendo demostrar el exceso de empatía por un paciente. Pero qué podía hacer para evitarlo, para una mujer que tuvo que luchar contra un cáncer de mama durante su primer embarazo no era exactamente miel sobre hojuelas ver como alguien despreciaba lo que a ella tanto le costó.
Elliot pudo sentir como el ambiente comenzaba a volverse pesado, encontrando como la mejor solución escoltar a su esposa lejos de aquel lugar. La llevó al jardín que tenía el hospital en medio, allí la sentó en el banco más oculto entre los arbustos, uno donde pudiese llorar en paz.

—Amelia y Jasper...soporté tantos pinchazos y el ardor de las quimioterapias para tener un hijo en brazos. - Coraline comenzó a hipar mientras hablaba. —Y esa mujer le regala un escalpelo a su hija para que se mate, no es justo, Elliot, no es justo para Maeve.

—Cualquier cosa que quieras hacer, amor mío, estoy a tu lado.

Coraline no supo por qué, pero las palabras de su esposo la llevaron a la misma persona que sin saber era la misma que estaba pensando su marido:Jasper.

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