Capítulo XXIX

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Un vaso con escarcha que no sabía cómo convertir en hielo sólido, la mente de Jasper vagaba en un laberinto de invierno donde un paso en falso podría ser caer en un fosa infinita de hielo hecho esquirlas. La guitarra acústica yacía sobre su regazo, sus ojos avellana no viendo más que el suelo desenfocado.
Se reprochaba, a la vez dándose el placer de recordar su voz como la melodía que toca una cajita musical. Se imaginaba los latidos en su pecho, el bombeo de un corazón que se afirmaba estaba roto, sin embargo, Jasper estaba seguro de que si sostenía el órgano en sus manos sería lo más bello que habría visto, sólo si ella le dejaba sostenerlo. Se imaginaba sus hebras alzadas por la carica del viento que hacía tanto no le daba, se imaginaba un destello en el gris apagado que ya más de una vez había conseguido hacer brillar.
Desde el primer contacto con Willow poco más de una semana atrás, Maeve se mostró más social con todos en la casa, más confiada de sí misma al hablar. Pero aún se veía quebrada, por más empates que se le hiciera, permanecían en su piel y alma las marcas de porcelana rota que el tiempo dejó.
Oh, ¡Que masoquista de su parte!, estaba dispuesto a cargar el jarrón aunque roto estuviese, aunque se estuviese deshaciendo en sus manos y dejando pedazos clavados en sus palmas para herirlo. Aún así sentía el impulso momentáneo de querer saber la textura de los labios de Maeve.

—¡¿En qué estoy pensando?! - Dijo en voz alta, para él mismo mientras se llevaba las manos al rostro.

《Me gusta ¿Qué haré contra ello?》, 《No me gusta, es sólo una atracción pasajera》, 《Es la mujer más bonita que he visto》. La cabeza de Jasper era una bruma de pensamientos grises que no sabía desdoblar a blanco y negro. Estaba convencido de que Maeve no iba a ser nadie para él, que era una persona enferma y con cien problemas encima. Toda una sarta de pensamientos coherentes, pero faltos de emociones reales.
Era una fachada y Jasper estaba seguro de ello, un escudo de plástico para un ejército de fantasías que lo arrullaban a la hora de dormir. Lo negaba cien veces en el día, pero más a la superficie que en el fondo disfrutaba pensar en sus labios, en tomarla de la mano y sostenerla en brazos.
《Vaya intento de amigo he resultado》, se reprochó el joven Herst mientras daba vueltas por su habitación, sabiendo que más que un reproche era una mofa amistosa a sí mismo. Se detuvo de repente, mirando a sus propios ojos en las alas de la mariposa gris colgada en la pared. El mensaje atrapado cada una de sus extremidades como cada vez que lo leía, pero ese día la confusión y la batalla de emociones a flor de piel le dieron pase a que la frase derritiera su corazón.
《Yo, yo vi su luz cuando nadie más. Maeve me lo dijo a mí》, pensó mientras seguía admirando el lienzo pintado y escrito. Estaba hipnotizado, hasta que una onda de sonido proveniente del patio lo despertó del trance para llevarlo a otro. Como un muerto viviente se posó en la ventana abierta, borracho de la vista placentera de Amelia pintando con Maeve bajo uno de los árboles, riendo al unísono.
Sí, Maeve Jenkins era sin duda la mujer más bella que había conocido. Y sí, le gustaba más que un poco.

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