Capítulo XXX

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Los nubarrones descargaban su ira en una lluvia torrencial desde hacía ya media hora, y al parecer, no tenían intenciones de parar. Maeve veía el chubasco desde el comedor, sentada tranquila frente a las puertas de vidrio que conducían a la terraza y al patio. La casa era una iglesia, estaba ella sola sumida en el silencio abrasador interrumpido solamente por las gotas contra el cristal. Eran las plenas dos de la tarde, quedaba una hora y media para que Jasper regresara de la academia. Amelia, por otro lado, había estado los últimos dos días tosiendo y con fiebre, así que los Herst se la llevaron al hospital ese día.
La muchacha resopló, agarrando las muletas a su derecha cuando escuchó la cafetera sonar para avisar que estaba lista la bebida. La cocina estaba separada del comedor sólo por un semi muro de poco más de metro y medio, de hecho, le era bastante cómodo andar por toda la casa excepto por la parte de subir escaleras.
En la vitirna de la cocina había un estante con el juego de tazas de la casa, cada uno con la suya e incluso a Maeve se le había otorgado una para que la tuviera, para que se sintiera parte de los Herst como estimulante a su confianza. La vitrina era bastante alta, Maeve varias veces pasó trabajo para tomar un vaso o lo que fuese, y ese día no era la excepción. Se estaba estirando, esforzándose y casi cuando lo había logrado, la puerta abriéndose la sacó de su estado de concentración, trayendo consigo que un vaso de los que había en el mueble cayera al suelo, confundiendo aún más a Maeve que cayó al piso, enterrándose en su muslo sensible un gran pedazo de cristal.
Blasfemias salieron de su boca cuando se vio en el suelo con un cristal apuñalándole el muslo, enseguida intentó sacarlo usando la punta de sus dedos.

—¡Dios santo, Maeve! - Escuchó a Jasper gritar y correr hacia ella. —¿Cómo te caíste? - Le preguntó mientras la ayudaba a levantarse.

—Quería agarrar mi taza y me desconcentré, no pasa nada. - Le respondió, sosteniéndose de los hombros de él.

Jasper rodó los ojos, sabiendo lo cabeza dura que podía ser la jovencita aferrada a él.

—Vamos a curarte, se te puede infectar. - Él dirigió los pasos de ambos al baño.

—Pensé que eran tus padres los médicos de la casa. - Le dijo ella, burlona.

—¿Vas a esperarlos a ellos? - Le dijo Jasper, sin detener su caminar.

—Tienes la misma determinación de tu madre. - Se rió Maeve, aunque le parecía tierno más que cualquier cosa.

Estando en el baño Maeve se sentó sobre la tapa de la tasa mientras veía a Jasper sacar un botiquín de un aparador. El muchacho se arrodilló, quedando entre los muslos de la muchacha y con los útiles a usar a un lado. Primero agarró un par de pinzas para sacar el vidrio, Maeve se retorció y algunas lágrimas amenazaron con salir. Apretó la mano libre de Jasper, aquella que estaba posada en el muslo entero, soltando más quejidos de los que hubiese querido.
Jasper se mostró neutro, logrando extraer el gran pedazo de vidrio bañado en sangre, la muchacha sollozando de ardor. Tiró la pieza a la basura, agarrando entonces una toallita con alcohol, no pudo siquiera abrirla antes de que Maeve lo detuviese.

—¿No puede ser sólo con agua? - Intentó negociar.

—El alcohol es lo que va a desinfectar completamente la herida, y creo que es más cómodo que enjabonarse el piquete. - Maeve lo seguía mirando con ojos de cachorro de perro regañado.

Iba a arder de cualquier manera, Jasper veía a su paciente nerviosa e inquieta por cada respiro con alcohol que le llegaba a la nariz. Tenía una idea, pero era un bombillo parpadeante dentro de su cabeza, hasta que se decidió por dejarlo encendido. Comenzó acariciendo sutilmente el muslo a tratar, dejando después besos cortos a lo largo de la piel, dejando sin aire a Maeve. La estaba relajando mientras creaba una nueva tensión, a medida que besaba iba limpiando con toques sutiles la zona. Escuchaba sus sollozos amortiguados por la palma de una de sus manos, la otra estaba fuertrmente sujeta a un hombro de Jasper.

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